Los filósofos altruistas

Dicen que la filosofía importa porque las ideas cambian el mundo. Nadie te avisa cuando te inscribes a la licenciatura que la filosofía no tiene, ni el monopolio de las ideas, ni un historial de impacto muy optimista, ni un récord particularmente bueno en ideas correctas. El filósofo que más ha cambiado el mundo es Karl Marx: entre hambrunas y represiones, los regímenes inspirados en sus ideas son responsables de por lo menos 75 millones de muertos. Las ideas cambian el mundo; solo no me consta que las ideas de los filósofos sean las mejores. Y no conozco a un solo filósofo, por más soberbio, que se atreva a sostener que a él sí.

Si me hubieran advertido, si los libros de filosofía dijeran en la primera página “Los filósofos no solemos solucionar problemas; si quieres ayudar al mundo deja este libro y estudia una ingeniería”, ¿habría dejado de leer? ¿habría estudiado otra cosa? Probablemente no. Yo no estudié filosofía por altruista, sino por insegura. Mis preguntas me paralizaban, y aunque ningún filósofo me curó la incertidumbre, creo que me estoy curando de mi parálisis. Ahora mi problema es qué hacer con un título que sirve para tan poco. Tal vez darle clases a primer semestrinos, para limpiar el departamento de filosofía de altruistas incompetentes que creen que en la filosofía está la solución para las maldades del mundo. O, mejor, una terapia de filosofía dirigida hacia gente útil que, angustiada por preguntas incómodas, necesita perseguir sus preocupaciones filosóficas. Porque sí me consta que, aunque la filosofía resuelve muy poco, es ineludible.

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