Mario Barghomz
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¿Qué hace un alma cuando se siente ofendida?, ofendida por lo que pasa en el mundo: la guerra, el hambre, la pobreza, su ambiente y entorno regularmente precarios en su percepción de la vida en el planeta.
¿Y si la ofensa no siempre es consciente?, porque puede haber ofensas enquistadas en lo más profundo de un alma que no siempre sabe por qué pasan las cosas. Quizá la inconsciencia de seres que alguna vez fueron menospreciados, castigados o atormentados desde edad muy temprana, por lo que ahora, todo o mucho les molesta, les incomoda, ¡les ofende!.
En este sentido podemos dar por sentado que las primeras ofensas de un ofendido comenzaron en la infancia, en la vida intrapersonal y privada de su propia intimidad, entre las bambalinas de un cuidador que como padre o como madre amenazaron, reprimieron, lastimaron o los ignoraron a través de los castigos típicos disfrazados de “educación”: nalgadas, coscorrones, jalones de orejas, pellizcos, chancletazos que solían siempre dar en el blanco o verdaderas tundas con lo que intentaban o creían corregir su desobediencia y rebeldía.
Los ofendidos aparentan ser dóciles, a veces cariñosos, pero son más ladinos que sinceros, su máscara es la disculpa y su arrebato la ira. Y no es malicia, sino defensa y miedo en contra de aquello que los lastima y molesta en su visión del mundo. Cuando se juntan ocultan su nombre tras la masa anónima, hoy usan alias en las redes virtuales. Y cuando hablan lo hacen siempre en plural: nosotros -dicen-. Pero el nosotros nunca es claro, sino disperso, anónimo (oculto).
Los ofendidos suelen vivir en la oscuridad (la de su inconsciente e inseguridad), defendiendo desde su sombra causas ajenas. Todo les indigna porque son los demás, nunca ellos, los responsables de los males del mundo al que quieren cambiar, pero sin dejar de juzgar o reprochar (y reprobar) lo que ellos ven y los demás no hacen.
Los ofendidos se enferman siempre, algo (un gen) en su sistema inmune se alteró o se modificó desde su infancia. Son los eternos enfermos crónicos o aquellos emocionalmente inestables. Débiles y apáticos también suelen buscar culpables en los sistemas sanitarios. Para ellos su enfermedad o su salud es responsabilidad de hospitales y médicos, nunca de ellos mismos.
Los ofendidos siempre son las víctimas. Acusan siempre a los demás de no comprenderlos lo suficiente, de su pena y sus fracasos. Quizá eso mismo algún día les dijeron a sus padres, o fueron incapaces de hacerlo y ahora se lo reclaman al mundo. Ciertamente sufren y suelen exhibir su dolor con rabia, desdén y desprecio por la humanidad.
Los ofendidos son los eternos inconformes con todo; gobiernos, clima, economía, cultura, educación, tecnología, ciencia, familia. Y su pesimismo es tan vasto que han olvidado la esperanza.
A los ofendidos los ofendieron tanto que olvidaron toda forma de empatía y de diálogo; discuten, gritan, maldicen, confrontan, amenazan. Y nada vale más que su razón y su lengua. No suele importarles, llegado un momento de discusión o defensa, el aspecto moral ni ético de su conducta.
Los ofendidos están dolidos, sufren sin duda por lo que les hicieron o por lo que ni siquiera saben o recuerdan que les hicieron. Los ofendidos suelen tener padres fríos y tiranos, madres demandantes y neuróticas, sobreprotectoras y aprensivas. Confunden el amor con la obediencia y la educación con los “valores rígidos” en los que crecieron.
A los ofendidos les duele la vida y les espanta la muerte. El cortisol sin duda, esta hormona del miedo y el estrés en su sistema neuro-bioquímico, los mantiene en un estado de agitación constante. Ciertamente carecen de equilibrio, no conocen la armonía porque emocionalmente pertenecen a la distopía misma de su falta de homeostasis.
Los ofendidos nunca aman suficiente, no saben cómo hacerlo. También por ello viven culpando a los demás de que los quieran poco o no los quieran. Pero para que un ofendido exista, como un virus, necesita quien lo acoja, quien lo hospede para replicarse. De otro modo, ¡desaparece!