Para muestra, un botón

Carlos Hornelas 
carlos.hornelas@gmail.com

En la última semana Xóchitl Gálvez ha logrado lo que la oposición no había conseguido desde inicio del sexenio: ser reconocida como adversaria legítima por el presidente López Obrador. Lo más curioso es que, dicho posicionamiento ocurre merced a las “benditas redes sociales” que han servido de caja de resonancia de un acto que parecía no tener mayor importancia en la agenda nacional, la negativa del derecho legítimo de réplica que se le negó en el espacio sacrosanto de la mañanera del mandatario.

Así, sin más, ha sido entrevistada más veces que cualquiera otro suspirante o aspirante a la candidatura a la presidencia por parte del autodenominado y jamás articulado bloque opositor y las menciones en las redes han ido en ascenso, así como las intervenciones del presidente descalificándola.

Mientras el PRI se resquebraja, Santiago Creel busca su tercera candidatura y Marcelo Ebrard amaga con romper con Morena, Xóchitl Gálvez se convierte, virtualmente hablando, en la candidata marginal, la rebelde, la disruptiva, la que opera por “fuera del sistema”. Y lo hace sin plataforma que movilice a su militancia y sin partido que organice sus actividades. Solo en México podría pasar esto.

A nivel político esto cae muy mal a los partidos pues demuestra que no han sido capaces de manejar ni los medios de comunicación, tradicionales o digitales,  ni la curiosidad del electorado y por supuesto, evidencia que su imagen está sumamente deteriorada ante la sociedad que los ve con el hartazgo de siempre, la desilusión, la impotencia y la frustración de las promesas incumplidas, sin importar el signo político.

El frágil sistema político mexicano podría ser el ejemplo de las pesadillas democráticas más tenebrosas de Alexis de Tocqueville. La idea de consolidar a Xóchitl como abanderada de la oposición se gesta por la proclividad del sistema de convertirse en una pasarela espectacular en la cual solamente importa quien logra mayor popularidad en el concurso de las elecciones. No interesan las propuestas, los objetivos, los planes del gobierno. No. Lo que interesa es ganar elecciones con el personaje que más arrastre tenga, lo demás vendrá después.

En su desesperación por tratar de alcanzar la supuesta ventaja de la locomotora de las corcholatas, hay sectores que empiezan a considerar seriamente que Xóchitl pudiera ser verdaderamente una candidata que sentara frente a cualquier corcholata que, incluso estando en una gira alrededor del país, no han logrado levantar el ánimo del electorado.

El ánimo pragmático de quienes ven como anillo al dedo la irrupción de Xóchitl en la campaña electoral solamente juega en detrimento de la verdadera tarea de la política, entendida como la búsqueda del bien común. Porque no se trata simplemente de encontrar un campeón contendiente en la batalla sino de saber qué pasará al día siguiente de la victoria.

Me parece que cuando Porfirio Diaz Mori entendió que estaba rodeado de detractores, en lugar de hacerles frente se retiró para que se eliminaran entre ellos. Cuando la masacre terminó no había un plan político ni social, solo un estado corporativo listo como maquinaria para ganar elecciones y evitar que llegara el bando contrario. Esa ha sido la historia de nuestro país. No apostamos por la concordia, la visión de futuro, la planeación estratégica y el bien común sino por la revancha, la insidia y la polarización.

Mientras sigamos creyendo que la presidencia es una oportunidad para un poder centralizador, discrecional e incuestionable, en lugar de fortalecer las instituciones democráticas y el debate de la diversidad política de nuestro país, estamos condenados al popularómetro que nos arroja en cada ocasión otro impresentable sin proyecto.