Presentan obra abstracta del abuelo del Opt Art

A principios de la década de 1970, Victor Vasarely estaba por todas partes. Considerado por historiadores de hoy como el “abuelo del Opt Art”, el artista abstracto húngaro-francés, entonces en sus sesenta y tantos, vio cómo sus pioneros diseños geométricos e hipnotizantes ilusiones ópticas representaban a su generación.

Los dibujos cuidadosamente calculados de Vasarely, de cuadrados brillantes y círculos luminosos que hacían que las superficies de sus pinturas parecieran retorcerse en el espacio y en el tiempo -unas veces onduladas y cóncavas, otras giratorias y convexas- eran muy demandados.

El fabricante de automóviles Renault le contrató para rediseñar el famoso logo de la compañía, asimismo, el cantante británico David Bowie le pagó para que creara la portada de su álbum Space Oddity.

Muchos, sin embargo, simplemente plagiaron la física poética de las elegantes rejillas y celosías fundidas de Vasarely, desesperados por adentrarse en la maravilla futurista de su estilo elegante sin pagarle un centavo ni reconocer su deuda.

Una gran exposición dedicada a Vasarely en el Centro Pompidou de París, Francia, a principios de este año, recopiló más de 300 pinturas, dibujos y objetos de Pop Art que definen su extensa carrera como la de un innovador incansable del arte abstracto del siglo XX.

Entre el vertiginoso inventario de imágenes recogidas por la muestra hay un trabajo formativo en tinta sobre papel que destaca por ser una pieza clave de una de las imaginaciones más subestimadas de la historia cultural moderna.

Creado en 1938, la obra pertenece a una serie de estudios sobre el movimiento muscular y las marcas hipnóticas de la cebra, el équido africano.

Enlazando y desenlazando las rayas blancas y negras del animal, la asombrosa representación de dos cebras peleándose luce extrañamente frente a nuestros ojos.

Las cebras de “Zebres-A” (1938) parecen latir y temblar e incluso patear hacia el observador, más allá de la superficie de la imagen, retrocediendo hacia el espacio vacío desde el que emergen milagrosamente.

El enredo de líneas es casi cinético y fluctúa con el movimiento que emerge de la magia de los simples y escasos gestos nacidos de la pluma y la tinta.

Siguiendo el crecimiento de la imaginación de Vasarely, que emerge en el curso de cientos de trabajos reunidos en siete salas de esta enorme exposición, uno aprecia que la deslumbrante piel de las cebras fue una revelación para el artista, ya que cada obra después de las cebras parece infectada por esa epifanía muscular.

Y en un esfuerzo de percibir una arquitectura invisible subyacente en la realidad, comenzó a examinarlo todo, desde el movimiento de las mareas hasta los patrones orgánicos de las grietas y fisuras de las baldosas del metro.

El resultado fue una serie de obras monocromáticas creadas a lo largo de las década de 1940 y 1950 que son mucho más acordes con el temperamento espiritual de sus contemporáneos más conocidos, como Arshile Gorky, Piet Mondrian y la mística artista Hilma af Klint.

Texto y foto: El Universal

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