Los Asmat, los Toraja, los Mursi y los Korubo son cuatro ejemplos de pueblos que, en un mundo globalizado, continúan con sus tradiciones y su estilo de vida, controvertido en algunas ocasiones.
ASMAT: CANIBALISMO PARA MOSTRAR PODER
Los Asmat defienden que su nombre significa “gente real”. Algunas tribus cercanas dicen que su traducción es “hombres de los árboles”. Los Mimika, una población vecina, defienden que significa “comedores de hombres”.
Hasta la década de los años setenta del siglo XX no se sabía de la existencia de los Asmat quienes, a su vez, se dividen en doce etnias. Viven en grupos en más de 100 poblados distribuidos por la provincia de Papúa en Indonesia.
En aquel momento, esta tribu aún no había alcanzado la Edad de Piedra, pero con la llegada de los misioneros comenzaron a usar herramientas metálicas.
Los Asmat se hicieron famosos por sus costumbres caníbales, según algunas informaciones y algo de leyenda negra, fueron las responsables de la desaparición del etnólogo, Michael Rockefeller, hijo del ex vicepresidente de Estados Unidos, Nelson Rockefeller.
Ahora ya han abandonado esas costumbres, pero hasta los años ochenta, los Asmat demostraban sus capacidades sexuales y su lealtad a la tribu, matando a un enemigo para que sus parientes pudiesen comérselo.
TORAJA: VIVIR ENTRE MUERTOS PARA HONRARLOS
Los Toraja forman una tribu localizada en la región montañosa de Pangala, en South Sulawesi, también en Indonesia. Son mayoritariamente cristianos en su vertiente protestante por la influencia de las misiones holandesas.
Sin embargo, mantienen algunas tradiciones de su antigua religión, llamada Aluk To Dolo. La más peculiar es su relación con la muerte.
Una vez que un Toraja muere es tratado como si estuviera enfermo y continúan con sus cuidados. Les dan bebida, comida y, según el diario británico The Guardian, incluso tabaco y alcohol. Los Toraja creen que el espíritu permanece cerca del cuerpo sin vida.
Hasta el día del entierro, el cadáver del fallecido permanece en una de las habitaciones de la casa orientado a oriente. En el momento del funeral, la familia moverá al finado cara al sur. El tiempo entre el fallecimiento y el funeral no está establecido. Pueden transcurrir días, meses, años e incluso décadas. El tiempo necesario para honrar al muerto con un gran entierro.
Los Toraja sacrifican búfalos el día de la despedida final. El último respiro del primer animal sacrificado marcará la muerte “oficial” de la “persona enferma”. Cuantos más búfalos se sacrifiquen, más rápido encontrará el alma la paz eterna. El precio de los funerales se sitúa, según publicó la revista británica Post Magazine, entre los 50,000 y los 500,000 dólares.
Con el finado ya bajo tierra, cada dos o tres años, la familia se reúne para un ritual llamado “ma’nene”. En esta celebración, los clanes sacan a los muertos de las tumbas, los limpian y los cambian de ropa.
MURSI: “PIERCING” EXTREMO EN ETIOPÍA
Tradicionalmente, los Mursi han decorado su cuerpo con brazaletes, escarificaciones y pinturas, pero son los platos labiales los que más llaman la atención.
Estas piezas circulares, que pueden alcanzar los 15 centímetros de diámetro, son la seña de identidad de las mujeres Mursi. Este pueblo habita en la región baja del Valle del Río Omo en Etiopía. El número de integrantes ronda los 10,000.
Al contrario de lo que se piensa, según informaciones del departamento de desarrollo internacional de la Universidad de Oxford (Reino Unido), las mujeres Mursi no usaban los platos para ahuyentar a los esclavistas.
Estos adornos son una muestra de un cierto tipo de moralidad y los llevan, sobre todo, las niñas en edad casadera y las mujeres fértiles.
Para los que se llevan en las orejas, que también usan los hombres y niños, los lóbulos se cortan con una espina o una cuchilla para ampliar el hueco y se van dilatando con trozos de madera cada vez más grandes.
Con la afluencia turística en la región, los Mursi aprovechan sus peculiaridades para conseguir dinero.
KOROBU: AISLADOS POR DECISIÓN PROPIA EN EL AMAZONAS
Los Korobu son una tribu del Amazonas que ha permanecido aislada por decisión propia durante generaciones, en una reserva en el Valle de Javarí, en Brasil. El primer contacto pacífico con la tribu fue en 1996, pero permanecen impermeables a la influencia externa.
Brasil protege las comunidades indígenas desde 1988 y nadie puede acceder libremente a su territorio protegido que tiene una extensión similar al país europeo de Austria. Sin embargo, en estos poco más de veinte años han tenido lugar algunos encuentros entre los indios y trabajadores de Funai, la agencia para asuntos indígenas de Brasil, y personal sanitario.
Los Korobu fueron bautizados por los colonos blancos como “indios aplastacabezas” y son famosos por los grandes palos que blanden como defensa y su habilidad con ellos. Viven en chozas hechas con hojas de palmeras y no usan ningún tipo de ropa.
Son monógamos y se constituyen en parejas para toda la vida. Son un pueblo guerrero que pasa la tradición a sus descendientes desde la infancia. Por ejemplo, desde pequeños, con el tallo de una planta, las madres cortan el pelo a los hijos al estilo Korubo, muy parecido al típico corte a la taza con la mitad de la cabeza rapada de la línea de las orejas hacia atrás.
Durante años, los Korubo sufrieron ataques por parte de invasores y visitantes no deseados, por lo que su respuesta a los acercamientos de extraños antes del encuentro pacífico de 1996 era violenta y a la defensiva.
Los Korubo no se llaman a sí mismos así, sino Dislala, que significa “el pueblo pescador”.
Texto y fotos: EFE