Que mejor homenaje a la ciudad que conocerla mejor

Ubicado en lo que fuera el Ex Palacio Federal de Correos, en pleno corazón comercial, el Museo de La Ciudad abre sus puertas para invítanos a hacer un viaje por la historia de la capital yucateca y conocer historias apasionantes que reflejan el sentir de los habitantes de la blanca Mérida que hoy cumple 477 años de fundación.

En la primera sala se explica que Mérida es la décima ciudad más antigua de México, fundada sobre la ciudad maya de T’Hó, conocida también como Ichcanzihó, (cinco cerros) y a través de una maqueta él visitante tiene la oportunidad de conocer los tres complejos de plataformas y edificios, entre los que se destaca uno en el que se alojó durante un año Francisco de Montejo que se ubicaba en donde ahora se encuentra la Catedral.

Las construcciones de cal y piedra de Tho, recordaron a los conquistadores las ruinas de la Augusta Emérita de España, y por eso a la ciudad fundada el 6 de enero de 1542 le llamaron Mérida.

En las vitrinas se exhiben puntas de proyectil que se recolectaron en lo que ahora es la Colonia San Antonio Kaua y la zona de los Vergeles, así como cerámica y manos de metate para moler que se encontraron en el Xoclán, y también en lo que hoy es el Olimpo, además de la representación de un entierro maya, que cuenta con vasijas de cerámica y otros objetos que se depositaban con la creencia de que se podrían utilizar en el más allá.

La influencia de la religión está presente en la fecha elegida para establecer definitivamente la ciudad de Mérida, el seis de enero, el día de la Adoración al niño Jesús, y según se explica en el recorrido, se fundó en honor y reverencia a Nuestra Señora de la Encarnación, con 100 vecinos. Gaspar Pacheco y Alonso de Arévalo fueron designados alcaldes además de una docena de regidores elegidos entre los más destacados capitanes.

En la sala contigua se aprecian bellas imágenes de madera que representan a la Virgen de Concepción, al Niño Jesus, a Dan Isidro Labrador entre otros que datan del siglo XVII, una bella muestra de arte sacro a la que se suma un grabado del Cristo de las Ampollas de la autoría del maestro Gabriel Vicente Gahona “Picheta”, fechada en 1850.

A través de otra maqueta se puede observar cómo era La Ciudadela de San Benito, en cuyo interior se encontraba la iglesia de San Francisco, de cuyo pórtico se conservan en este museo dos de sus columnas de piedra.

También hay una maqueta en la que se representa el Polvorín, una construcción con rasgos típicos de la arquitectura militar que como su nombre lo dice servía para almacenar pólvora y que aún se conserva en la calle 12 de la Colonia Cortes Sarmiento, al oriente de la ciudad. Fue remozado y restaurado en 1972 y hoy se conoce cómo un centro cultural Casamata.

En otra de las salas se pueden apreciar fotografías y objetos que nos remontan a la manera en la que vivían las familias meridanas de principios del siglo XX, en pleno auge del Henequén, que permitió la construcción de edificios como el que alberga este museo, un inmueble de tendencia neoclásico francés que fue inaugurado en 1908 y que es obra del ingeniero Salvador Echegaray.

Las monedas y billetes que emitían los bancos de aquellos años llaman la atención hasta de los niños, que se preguntan qué pasó con tanta riqueza, y porque hay en el recinto un cañón con la leyenda “República de Yucatán”.

Y para darnos una idea de cómo era la Mérida de esos años, en el segundo nivel se puede visitar una exposición de 34 obras pictóricas del maestro Manuel Lizama en las que muestra icónicos barrios y calles de la ciudad, además de la Catedral, la Casa de Montejo y los Palacios de Gobierno y Municipal con todo y el Olimpo, sin faltar las imágenes de las clásicas veletas, recordando a esa Mérida de los domingos silenciosos, el hogar de un pueblo mestizo, culto, alegre y hospitalario.

Para continuar con el paseo, disfrutaremos de un sabroso puchero de tres carnes en el segundo nivel del mercado Lucas de Gálvez, un lugar en el que se recuerda aún a antiguos cocineros como “don Milo” que aunque falleció hace varios años, pareciera que aún está presente en uno de los puestos de este lugar, el número tres, dando la bienvenida con su albo traje en el que no pueden faltar el mandil y su clásico gorro de cocinero.

El lugar es limpio y agradable, bien ventilado y que permite compartir la mesa en familia siendo atendido de manera atenta por los encargados de las cocinas caseras que se esmeran por entregar calidad a un precio accesible de 60 pesos la ración.

Y para hacer digestión, antes de retirarse a descansar vale la pena recorrer el mercado de Artesanías ubicado también en el segundo nivel del mercado grande, donde hay muchos artículos a precios muy accesibles que puede obsequiar a sus visitas y como dice un comercial que se escucha continuamente por los altavoces del lugar: sus amigos se lo van a agradecer.

Textos y fotos: Manuel Pool

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