Ángel Canul Escalante
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En tiempos recientes es común que, en nuestras vidas ajetreadas y aceleradas, típicas de las grandes urbes, no nos tomemos un respiro, una pausa muchas veces necesaria para hacernos alguna de las preguntas fundamentales. Desde el nacimiento, nuestra vida parece ya tener un camino preestablecido y normalizado: a cierta edad uno tiene que comenzar a tomar clases, lo cual si tiene suerte sólo le llevará menos de la primera tercera parte de su vida; después uno debe comenzar a buscar trabajo, al cual deberá dedicarle otro tercio de su vida y durante este último se espera que uno contraiga matrimonio y se reproduzca. Aunque este “sentido” esté siendo poco a poco moldeado de forma distinta debido a razones sociales y económicas (como por ejemplo que uno tenga ya que empezar a trabajar desde niño) y que este sea propio de las sociedades modernas, también es cierto que aún es demasiado pronto para creer que el incumplimiento de ese sentido socialmente instaurado no afecta una gran mayoría que, por motivos de cualquier índole, no logra alcanzar.
Todos conocemos a una de esas personas que ha tomado ese camino (ya sea decidido, impuesto o asimilado), pero si para el ser humano la libertad es lo que lo hace humano, un sentido de vida que no ha sido elegido o construido por él mismo siempre le causará una gran insatisfacción. Toda persona tiene la obligación de hallar o erigir su propio sentido, aunque se trate de una tarea difícil.