RATIO ESSENDI

Vivir con madurez es vivir con libertad y autenticidad

Por Roberto A. Dorantes Sáenz

La conducta humana siempre es motivo de estudio, nuestras acciones y pensamientos demuestran nuestro grado de madurez. Platiqué con un amigo de la adolescencia, la semana pasada, sobre nuestras conductas pasadas y acciones que nos llevaron a tomar decisiones irreversibles, unas buenas, otras no tanto y muchas malas. Todo este caudal de anécdotas me lleva a la siguiente conclusión: nuestro comportamiento demuestra nuestro grado de madurez.

Para hablar sobre el tema de la madurez, debemos empezar a definir que la única madurez que existe es aquella que abarca nuestro ser íntegramente, es decir, espiritual, mental y corporalmente; esto se conoce como madurez afectiva.

Para esclarecer qué es la madurez afectiva citaremos a Enrique Rojas, psiquiatra español, autor del libro “Los lenguajes del deseo”. Nos dice que la madurez afectiva implica que la persona despliegue sus dones y capacidades, amando a Dios, a sí mismo y a los demás.

Este tema hoy en día es muy importante; vemos mucha gente deprimida, triste, sin un sentido en su vida. Hoy en día se ven muchas distorsiones afectivas o pecado, o incluso desviaciones sexuales que como sabemos pueden tener su raíz en lo afectivo. El maduro afectivo es el que se conoce a sí mismo; el que puede responder la pregunta sobre la propia identidad en el día a día.

Por otro lado es el que vive la libertad y la autenticidad, es decir, el que no es esclavo de nada ni de nadie. A veces somos esclavos de nuestras emociones o sentimientos o del que dirán, de la opinión de otros. Vivimos muy pendientes de la valoración de otros. No es raro que haya quienes son esclavos del vicio del juego, sexo, alcohol o drogas. Estas adicciones se generan muchas veces en medio de carencias y vacíos afectivos.

El maduro afectivo es el que decodifica adecuadamente sus dinamismos y necesidades fundamentales, ama a Dios teniendo una vida espiritual intensa y cotidiana, vive en presencia de Dios, piensa como el Señor, se acepta, valora y ama a sí mismo, ama a los demás comunicándose con ellos, teniendo amigos, es el que se realiza en el apostolado de la vida cotidiana. La madurez afectiva me lleva a vivir y desplegar adecuadamente mis emociones y mis sentimientos: “Yo no soy sólo mis emociones y sentimientos”.

Hoy en día vivimos muchas veces esclavos de lo sentimental o emocional, olvidándonos que la mente o razón es la llamada a regir nuestros sentimientos y emociones. Vivimos también muchas veces esclavos del capricho, mimo o engreimiento, haciendo lo que nos provoca, solamente lo que nos gusta y nos olvidamos que es importante regirse por valores o principios.

La madurez afectiva me conduce a vivir con un amor centrado en el Señor, viviendo mi sexualidad y genitalidad según el plan de Dios de acuerdo a la vocación a la que he sido convocado. El sexo no es un instinto ciego, ni algo incontrolable, es una tendencia que yo puedo manejar, controlar, encausar y encaminar. No somos animales que no pueden controlar sus instintos ciegos. La sexualidad y la genitalidad son posibles ordenarlas y adecuarlas al plan de Dios. Es un tema de madurez, de armonía, de señorío de sí mismo, de control, de fuerza de voluntad, en última instancia de amor a Dios y a uno mismo.

La madurez es sinónimo de seguridad, por eso mientras somos niños, somos inseguros e inmaduros, la inseguridad se va adquiriendo del medio que nos rodea, el niño inseguro y tímido es resultado de la influencia negativa de los seres afectivos que lo rodean, dígase padres, maestros, amigos, etc. Por eso la importancia de los buenos ejemplos, buenas amistades que se deben tener desde la infancia.

Logramos la madurez cuando tenemos autoconocimiento, autoaceptación y autocontrol. Si uno no se conoce a sí mismo, no se está en disposición de conocer a los demás. Si no se aceptan las propias limitaciones y cualidades, tampoco se puede aceptar la de los otros, y si no se tiene la capacidad de autodominio, no se pueden desarrollar relaciones afectivas sanas.

Reflexionemos y hagamos un examen sobre nuestras conductas para descubrir qué tan maduros somos, la madurez afectiva se obtiene y se expande con el amor, en toda la extensión de la palabra. Somos creados para amar sin límites; sin embargo, por diversas causas muchas veces vivimos en medio de la inmadurez y desequilibrio afectivo y emocional.

Se trata de volver sobre nosotros mismos, de conocernos, entendernos, de descubrirnos y aceptarnos. En la medida que me conozca y acepte me voy a valorar y en la medida que me valore me voy amar, y de esa manera me iré disponiendo para amar adecuadamente a los que me rodean. Se deduce de todo esto que vivir con madurez es vivir libres y auténticos.

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