RATIO ESSENDI

¿Qué nombre le ponemos al niño?

Por Roberto A. Dorantes Sáenz

El nombre es parte importante de la persona, es su identificación ante los demás, por eso es necesario saber qué nombre poner al recién nacido.

Existen varias costumbres para elegir los nombres, éstas influyen en los padres al momento de decidir por los nombres.

La primera costumbre de la que hablaremos viene de España, es aquélla donde los primogénitos llevaban el nombre de sus abuelos.  Esta es una opción que aún se puede observar hoy día en algunas familias.

En otras ocasiones, se usó elegir el nombre del santoral correspondiente a la fecha de nacimiento. Esta costumbre ha caído en desuso, puesto que existen nombres de santos que ya no son comunes y como lo profano ya es más común, se buscan nombres “más modernos”.

Una costumbre que está de moda es la elección de nombres de famosos, díganse artistas, actores, deportistas, que realmente en lo particular es algo ridículo, puesto que no existe una conexión con el individuo sino simplemente el nombre que está de moda.

Otra costumbre que no es muy laudable son los nombres extranjeros; en Yucatán es muy común el uso de nombres como Maycol, Brayan, Britani, nombres mal escritos puesto que los escriben como los pronuncian, pobres de aquellos niños que así se llaman, puesto que son víctimas potenciales del bullying.

Cuando en la elección del nombre actúa una influencia de tipo netamente familiar puede distinguirse entre: deseos conscientes e inconscientes, y entre estos últimos consideramos los nombres que no han sido preseleccionados por determinantes predominantemente socioculturales, sino que ha pesado más el factor subjetivo de las personas que participan en la elección.

Suele haber un deseo inconsciente, que sólo aparece al analizar con cuidado las influencias que más han repercutido en nuestra forma de ser, asociadas hasta cierto punto con el nombre; vale decir, ése nos da una pista para descubrir y entender mejor aspectos condicionados de nuestra conducta, que se reiteran automáticamente a través del tiempo. Aspectos que distorsionan nuestra forma auténtica de ser. Porque con el nombre se nos da, directa e indirectamente, un modelo para identificarnos.

Otras personas que han recibido el nombre de algún progenitor han vivido buena parte de su vida imitándolo o luchando por ser lo opuesto, bien porque hayan recibido elogios o críticas por tal parecido.

Los nombres tienen su eco. No debemos desestimar la importancia de los lazos afectivos que tenemos con nuestro nombre y con los elegidos para nuestros hijos. ¿Cómo me gusta que me llamen o cómo me disgusta? ¿Por qué? Si no tenemos clara la razón ¿con qué asociamos el nombre que me agrada y con qué el que me desagrada? A veces nos puede atraer tener apodos que sin embargo son perjudiciales a nuestro crecimiento personal.

Algunos como: Nena, Chiquita, Beba o diminutivos del nombre (Pepito, Anita, etc.) son apodos para personas dependientes o inmaduras, a las cuales, generalmente, se les ha impedido desarrollar su autonomía.

Reflexionemos sobre  lo que nos resulte accesible en torno a nuestro nombre y los que elegimos para nuestros hijos. Las preguntas básicas giran alrededor de los deseos conscientes y el significado del nombre para quien lo puso; sobre la procedencia del mismo y su trayectoria histórica; sobre el sentido y aceptación que tiene para quien lo lleva. Las respuestas nos remitirán a posibles móviles inconscientes que, a partir de ese momento, podremos asociar con lo descubierto.

El nombre proyecta un perfil de un modelo rector en nuestra vida, que quedó desdibujado en nuestra mente, pero que sin duda ha incidido sobre nosotros.

Tarea importante de los padres es saber elegir los nombres de los hijos, puesto que el nombre es la primera herencia que los padres les dejan.

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