RATIO ESSENDI

En el extremo  de la fe

Por Roberto A. Dorantes Sáenz

“Sólo hay una tristeza, la de no ser santos”.– León Bloy

Esta semana les invito a conocer sobre el francés León Bloy, que fue un escritor en prosa al que se le podía calificar como místico, pues su obra es rica en espiritualidad. Bloy nace en Perigueux el 11 de julio de 1846, en una familia de pequeños burgueses. Su padre, empleado en el cuerpo de ingenieros civiles, es librepensador, anticlerical y masón; la madre, de origen español, creyente sincera. Después de una adolescencia rebelde y taciturna, en 1864 se muda a París, exuberante de cuerpo y alma, revolucionario e incrédulo en el plano religioso. “Hubo un momento –escribirá– en el cual, en vísperas de la Comuna, el odio por Jesús y por su Iglesia fue el único pensamiento de mi intelecto, el único sentimiento de mi corazón”. Para vivir, ejerció los oficios más humildes.

La obra de Bloy es una ventana abierta al infinito y al misterio; cuanto más se hunde en ellos la mirada, más se amplía el horizonte, más brillan las luces, más se estremece el alma de nostalgia de Absoluto. Bloy se definió como Peregrino del Absoluto y también como Peregrino del Santo Sepulcro. En realidad, su vida fue un incesante peregrinaje en busca de Cristo y de las almas: Para testimoniar al primero y para despertar en las segundas la urgencia de un cristianismo que volviera a encender el sentido de lo absoluto, la pasión del Crucificado, el amor de las bienaventuranzas evangélicas. En la realización de ésta, su “vocación”, fue impaciente, a veces exaltado, siempre extremista. No hay que sorprenderse.

Para él, que vivía con tanta intensidad el testimonio propio y se sentía heraldo de la gloria de Dios, los cristianos apáticos e indolentes, los curas mediocres, los idólatras de nuestro tiempo, eran aberraciones y cadenas que impiden la liberación de Cristo. ¿Cómo, en consecuencia, escandalizarse de que el Impatient (El impaciente) de la gloria de Dios blandiera –a veces torpemente– una espada de fuego? ¿Acaso no son nuestras canalladas e idolatrías las que retardan la venida del Espíritu Santo?

Generoso aventurero de Dios, Bloy persiguió un ideal nobilísimo: volver a dar a las almas resecadas por el formalismo su frescura y espontaneidad. Desprovisto, sin embargo, de formación teológica sólida, y entorpecido por un romanticismo demasiado expuesto e influenciado por espíritus impacientes y quiméricos, se encontró arreglándoselas sólo con su gran amor a Dios y a las almas, en calles solitarias e insidiosas. No fue ni un hombre de la Iglesia ni una persona de gran cultura ni un artista refinado, como sus amigos Huysmans y Verlaine; fue un testigo de la fe cristiana. Y su manera de dar testimonio no fue agradable a todos: era demasiado violenta. Pero su coraje, su pasión de creyente, su buena fe están fuera de toda duda. Su obra es rica en intuiciones, muchas veces geniales e iluminadas; las ideas de fondo que las sostienen son pocas, pero precisas y macizas. Las sintetizó él mismo en una carta a una joven mujer, en 1912.

“En toda alma hay un ‘abismo de misterio’. Cada cual tiene su precipicio, que ignora y no puede conocer (…) Se te ha dicho que tienes un alma inmortal que hay que salvar, pero nadie te ha dicho que esta alma es un abismo en el cual todos los mundos podrían hundirse, en el cual el Hijo de Dios mismo, creador de todos los mundos, se ha hundido; que esta alma es el sepulcro de Cristo, por cuya liberación, en tiempos lejanos, tantos sacrificaron la vida. Te han dicho también que Jesús murió por ti, por tu alma; sin embargo, no sabes que, aunque estuvieras sola en el mundo, si fueras la única hija de Adán, la segunda persona divina se habría encarnado y hecho crucificar por ti, como lo ha hecho por miles de millones de seres, y que por lo tanto eres particular e inefablemente preciosa, desde el momento en que el universo fue creado para ti sola (…) Ciertamente te han hablado de la Comunión de los santos (…), antídoto o contrapartida de la dispersión de Babel. Ella demuestra una solidaridad humana tan divina, tan maravillosa, que es imposible a un ser humano no responder por todos los otros, en cualquier tiempo que ellos vivan, en el pasado o en el futuro”. La cita es paradigmática. Nos hace comprender el por qué de la soledad de Bloy (Cuanto más nos acercamos a Dios, más solos estamos. Es el infinito de la soledad). Y nos revela el sentido profundo de ese estribillo suyo, que resume su existencia, escrito en letras mayúsculas en la última línea de La Femme Pauvre: Il n’y a qu’une tristesse: c’est de n’être pas des saints. Hay una sola tristeza: la de no ser santos.

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