Lo que no se cuenta parece que no sucediera. Quizá por eso cueste tanto ver la realidad de los feminicidios, un auténtico genocidio prácticamente oculto, pese a suceder ante la mirada de todos desde hace siglos. Crear memoria histórica sobre los asesinatos de mujeres es un auténtico desafío en el que las artes están jugando un papel trascendental.
Ciudad Juárez abrió los ojos del mundo a esa realidad casi siempre silenciada, la de los feminicidios y la impunidad de quienes los cometen.
EL PODER DE DENUNCIA DEL CINE DOCUMENTAL
Decenas, cientos de mujeres desaparecidas y asesinadas por el simple hecho de serlo, que nunca más nadie volvía a ver, convirtieron a la ciudad mexicana en el epicentro de la violencia más extrema contra las mujeres, aunque la situación es más extrema en el triángulo norte de Centroamérica, ya que El Salvador, Honduras y Guatemala concentran la tasa más alta de feminicidios.
El cine, especialmente el documental, sirvió para que todas las miradas internacionales se dirigieran a la ciudad fronteriza mexicana y al siniestro fenómeno para el que nadie parecía – o quería – tener respuesta, aunque la internacionalización de lo que sucedía en Ciudad Juárez nunca habría sido posible sin la fuerza del movimiento de las madres de las mujeres asesinadas.
“El cine documental es una herramienta de recuperación de la memoria histórica fundamental”, apuntó Sonia Herrera, autora de la tesis “Cuando las heridas hablan. La representación del feminicidio en el cine documental desde las epistemologías feministas”, que insiste en la necesidad de la perspectiva feminista en los relatos sobre el feminicidio.
De cómo el cine documental ha contribuido a visibilizar esa realidad da buen testimonio la cineasta y activista estadounidense Pamela Yates, cuyo trabajo en Guatemala no sólo retrató el genocidio en el país centroamericano sino que, décadas después, sirvió para que se hiciera justicia y los responsables pagaran por sus crímenes.
“No somos parte de la industria cinematográfica porque somos activistas de derechos humanos y somos feministas. Tenemos que buscar otros caminos”, apuntó Yates sobre su productora Skylight, concebida como una ONG mediática y colaborativa desde la que desarrolla su modelo de cine no extractivista.
Los protagonistas de sus documentales no son meros personajes, sino que se involucran de forma activa en el proyecto para su difusión y, de esa forma, poder dar a conocer su historia.
“CUANDO LAS MONTAÑAS TIEMBLAN”
Del mismo modo que el cine documental abrió los ojos a la comunidad internacional ante lo que sucedía (y aún sucede) en Ciudad Juárez, Pamela Yates hizo lo mismo respecto al genocidio guatemalteco con el documental ‘Cuando las montañas tiemblan’ (1983), el primero de una trilogía que se completó tres décadas después con ‘Granito: Cómo atrapar a un dictador’ (2010) y ‘500 años’ (2017).
Pamela Yates acudió a Guatemala en 1982 con la intención de investigar el papel de Estados Unidos en el conflicto armado guatemalteco, y acabó realizando “un trabajo de memoria histórica”, que ha sido fundamental en un país en el que existe un gran vacío a nivel educativo, sobre lo que ocurrió durante la dictadura militar y la larga guerra civil de más de tres décadas.
“Nunca imaginé que 30 años después de aquel primer trabajo en Guatemala el material que rodé serviría para enjuiciar a los militares. Mi posición como documentalista estadounidense fue privilegiada en aquel momento, de otro manera nunca habría tenido acceso”, contó Yates.
En sus trabajos, la documentalista y activista de derechos humanos, dejó testimonio de la violencia que asoló el país centroamericano, de la violencia que sufrieron especialmente las mujeres indígenas, y de quiénes fueron los responsables.
“Acompaño la memoria histórica de Guatemala porque los guatemaltecos que quisieron dejar testimonio audiovisual no pudieron hacerlo e incluso fueron ejecutados”, explicó Yates, unida a Guatemala desde hace más de 30 años, aunque recordó que tardó más de una década en regresar al país desde que se estrenó ‘Cuando las montañas tiemblan’.
Lo hizo, junto a los refugiados guatemaltecos en México, cuando Rigoberta Menchú ganó el premio Nobel de la Paz. Junto a ella había recorrido el mundo para presentar el film, en el que la líder indígena narró su historia y la de la masacre de su pueblo.
La película, “memoria histórica del feminicidio” fue censurada en Guatemala, donde no se exhibió de manera oficial hasta el año 2003.
‘Granito: cómo atrapar a un dictador’ refleja cómo aquel trabajo se convirtió en evidencia forense en el caso por genocidio contra Ríos Montt en 2013, el primer juicio de este tipo para condenar la matanza de indígenas en América.
“La trilogía, que termina con ‘500 años’, es sobre Guatemala, pero permanece porque trata temas universales: la resistencia y la esperanza”, explicó la cineasta.
RAP PARA ALZAR LA VOZ DE LAS MUJERES
“Las mujeres queremos contar y no que nos cuenten, y menos como asesinadas”, aseguró Mercedes Hernández, presidenta de la Asociación Mujeres de Guatemala, impulsora del coloquio sobre feminicidio y memoria histórica, colofón a la novena edición del curso sobre feminicidio organizado por la asociación y que, cada año, afronta el estudio del genocidio de las mujeres desde un ámbito diferente.
“A través de la música estamos generando memoria. Estamos hilando nuestra historia. Dentro de 20 años nos servirá para saber lo que estábamos sintiendo las mujeres”, dijo la rapera guatemalteca Rebeca Lane, autora de la canción y el vídeo: ‘Ni Una Menos’, y una de las voces más destacadas del rap feminista de América Latina, escena musical en el que cada vez son más las voces feministas.
Lane es, además, la impulsora del proyecto ‘Somos guerreras’, en el que imparte talleres de rap, poesía y escritura a mujeres y jóvenes, utilizando la poesía para expresar las opresiones sufridas por los cuerpos de las mujeres.
“El rap nos ha permitido escribir nuestro propio documental”, afirmó la artista, que destacó la larga lista de raperas que, de norte a sur de Latinoamérica, están poniendo voz a la lucha y las reivindicaciones de las mujeres, “bien distintas según el país. En Argentina piden derechos de salud reproductiva, pero a nosotras en Guatemala el derecho al aborto nos queda aún demasiado lejos”.
A pesar de que la del hip hop y el rap forman “una escena musical machista, a la vez que representan el único espacio musical que da voz a las mujeres y al feminismo”, aseguró Rebeca Lane, quien remarcó que ahora las canciones que suenan y se cantan en las manifestaciones son las compuestas por esas mujeres del rap.
Bajo la premisa de que “los feminicidios son cien por cien evitables”, Mercedes Hernández denunció la normalización de la violencia contra las mujeres y señala la necesidad de nombrar adecuadamente la realidad de los feminicidios y crear memoria histórica, una tarea en la que “el arte consigue lo que la academia no podrá conseguir, porque trabaja con las emociones, y llega bien adentro”.
Texto: EFE
Fotos: EFE / Cortesía