Con Domingo de Ramos, regresan actividades de la semana mayor en la catedral

El arzobispo Gustavo Rodríguez declara que Dios sabe de la guerra de Ucrania y que no está de brazos cruzados, recibe a los que mueren y anima a construir la paz

Después de dos años de que se dejaron de realizar presencialmente los actos de celebración de la Semana Mayor por la pandemia, ayer se congregaron los fieles de la Iglesia católica para llevar a cabo la Procesión de Ramos, acto que simboliza la entrada de Jesús a Jerusalén, marcha que estuvo encabezada por el arzobispo Gustavo Rodríguez Vega y que contó con una participación aproximada de 200 personas.

Una vez concluida la procesión, inició la misa, igualmente encabezada por el Arzobispo, quien en el sermón dominical apuntó que Dios es omnisciente, esto es, que vive en un eterno presente y conoce todo lo que ha pasado, lo que pasa y que ha de pasar, afirmó que Él conoce la historia de toda la humanidad y de cada uno de nosotros, pero no la manipula porque respeta el don de libertad.

“Él sabe escribir derecho en los renglones chuecos de la humanidad”, señaló.

Mencionó que Dios sabe de la guerra de Ucrania y que no está de brazos cruzados, sino que está recibiendo a los que mueren, fortaleciendo a todos los que sufren y animando todos los esfuerzos que se hacen por construir la paz. Sin embargo, mencionó que un dolor de muerte nos puede llevar a experimentar el sentimiento de la ausencia de Dios, pero que los sentimientos no son convicciones, tan es así que Jesús experimentó en la cruz el sentimiento de la ausencia de Dios y por eso dijo “¿Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado?,” pero después pidió al pueblo de Israel que adorarán al Señor, recordó.

Explicó que hay varias características singulares del Evangelio según san Lucas. En la Pasión de Jesús aparecen dos de esos rasgos en particular, que son la oración y la misericordia. Primero le anuncia a Pedro que el demonio lo ha de zarandear, pero que él ha orado por Pedro. Luego lo vemos haciendo oración en el Huerto de los Olivos después de la Última Cena, invitando a sus discípulos a acompañarlo diciendo: “Oren para no caer en la tentación” (Lc 22, 40).

Sobre la misericordia, vemos a Jesús consolando a las mujeres que lloran por él, a quienes llama “¡Hijas de Jerusalén!”. Estando él en semejante dolor, aún es capaz de ocuparse del dolor de otros. Esto es una gran enseñanza: nada mitiga tanto nuestro dolor.

Texto y fotos: Lorena González Boscó