Religión adulterada

Por Roberto Dorantes

Los practicantes de la religión suelen ser señalados como hipócritas, fariseos o falsos; esto se debe a la desinformación e ignorancia religiosa. Por cierto, un amigo sacerdote me decía que el octavo sacramento es la “bendita ignorancia”.

Existe una percepción de la religión como embaucadora de las mentes, que la Iglesia manipula a las creencias de las personas. Veamos qué tan real es esta percepción.

El Evangelio de San Juan nos narra el episodio de la vida de Jesús, donde los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.

La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

En este relato más que llamarme la atención del adulterio de la mujer, veo un ejemplo de la religión adulterada. Aquellos que critican a los que van a la Iglesia suelen ser como los viejos de este episodio, que quieren que todos los demás sean perfectos, por el simple hecho de creer en Dios y en la Iglesia.

¡Error! La Iglesia no es nido de santos, sino de seres humanos que quieren llegar a la perfección, mal de los que se dicen creyentes y juzgan a los demás. Un acto religioso es no juzgar a los demás y hacer buenas obras, como es el ejemplo de Jesús, que en vez de condenar se compadece del alma que vive con una conducta licenciosa.

La religión es el nexo que nos une espiritualmente con Dios, no tergiversemos la religión a nuestra conveniencia, es un impulso existencial al encuentro con Dios. Por eso el apóstol Pablo escribía: “No es que ya haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo.

“Yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacía el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús”.

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