Se cumplen 96 años del nacimiento de José Saramago

El escritor, novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1998, es reconocido como uno de los grandes de la literatura contemporánea

Reconocido como uno de los escritores más importantes, como también condenado y criticado, José de Sousa Saramago nació el 16 de noviembre de 1922 en Azinhaga, Portugal.

El Premio Nobel de Literatura en 1998 se consagró por sus novelas El evangelio según Jesucristo (1991), Ensayo de la ceguera (19995), Todos los nombres (1997), La caverna (2000), El hombre duplicado (2002), Ensayo sobre la lucidez (2004) y El viaje del elefante (2009), textos donde se plasma su estilo único lleno de humor y sarcasmo.

En el marco del 96 aniversario de su nacimiento, lo recordamos con cuatro de sus poemas más entrañables.
“ALZO UNA ROSA”

Alzo una rosa, y grito a cuantas aves
El cielo colorean de nidos y de cantos,
En el suelo golpeo la orden que decide
La unión de los demonios y los santos.
Alzo una rosa, un cuerpo y un destino
Contra la fría noche que se atreve,
Y con savia de rosa y con mi sangre
Perennidad construyo en vida breve.
Alzo una rosa, y dejo, y abandono
Cuando me duele de penas y de asombros.
Alzo una rosa, sí, y oigo la vida
En el cantar de las aves en mis hombros.

“EL BESO”

Hoy, no sé por qué, el viento ha tenido un
hermoso gesto de renuncia, y los árboles han
aceptado su quietud.
Sin embargo (y es bueno que así sea) una guitarra
organiza obstinadamente el espacio de la soledad.
Acabamos sabiendo que las flores se alimentan en
la fértil humedad.
Ésa es la verdad de la saliva.

“LABERINTO”

En mí te pierdo, aparición nocturna,
En este bosque de engaños, en esta ausencia,
En la neblina gris de la distancia,
En el largo pasillo de puertas falsas.
De todo se hace nada, y esa nada
De un cuerpo vivo enseguida se puebla,
Como islas del sueño que entre la bruma
Flotan, en la memoria que regresa.
En mí te pierdo, digo, cuando la noche
Sobre la boca viene a colocar el sello
Del enigma que, dicho, resucita
Y se envuelve en los humos del secreto.
En vueltas y revueltas que me ensombrecen,
En el ciego palpar con los ojos abiertos,
¿Cuál es del laberinto la gran puerta,
Dónde el haz de sol, los pasos justos?
En mí te pierdo, insisto, en mí te huyo,
En mí el cristal se funde, se hace pedazos,
Mas cuando el cuerpo cansado se quiebra
En ti me venzo y salvo, en ti me encuentro.

Texto y foto: El Universal

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