Temperamento y carácter

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Temperamento y carácter son dos términos que regularmente se confunden en el ánimo de aquellos que dicen o creen tener un gran carácter, y no son sino pusilánimes irracionales temperamentales dominados por sus emociones.

El temperamento, confundido con el carácter, son los arrebatos de ira y enojo de una persona, su rabia, su frustración y resentimiento. Levantar la voz o amenazar a alguien puede parecer sinónimo de fortaleza (de gran carácter) pero no es sino la debilidad de un cobarde emocional.

Y aunque el origen de la voz del término “carácter” tiene un sentido semántico y en cierto modo es abstracto en nuestra lengua, este debe ser aplicable a la actitud y fortaleza de una persona que se mantiene en pie, literalmente estoico. Es decir que lejos de todo aquello que tenga que ver con las emociones, el carácter pertenece a una conducta y actitud contrarias al temperamento en el sentido mismo de fortaleza, templanza, paciencia y serenidad.

Tener carácter es saber guardar la compostura (dirían mamás y abuelas), no alterarse, actuar racionalmente, ser prudentes y no temerarios ni impulsivos. La serenidad sería uno de sus mejores sinónimos.

Los que carecen de carácter son los que fácilmente se alteran, manotean y vociferan, los que pierden el temple ante cualquier situación que los irrite o “los caliente”. Los que carecen de carácter son los que por todo discuten, se ofenden, juzgan y en su poca autoestima buscan siempre la culpa ajena. Para ellos los demás son los que se equivocan, los que los hacen enojar, los que no hacen las cosas bien o como deben, los que no hablan con propiedad, los pendejos con los que tienen que lidiar.

Y aunque el temperamento etimológicamente se refiere a una unidad de medida (“temperamentum” = medida), equivale a la desmesura (“hibris”) con que una persona actúa. “Cuando las cosas se calientan”, oímos decir coloquialmente, es que los ánimos, el ánimo (el “temperamentum”) de las personas se ha desbordado. Ser temperamentales es ser irritables, frágiles, demasiado emocionales, incapaces e inconscientes.

El temperamento de una persona obedece regularmente a su incapacidad racional; a individuos que no saben o no han aprendido a mantenerse en control (dentro de una medida de su “temperamentum”), que no piensan antes de hablar o actuar, sino que lo hacen bajo el instinto de lo que sienten, bajo el imperio de sus impulsos y sus arrebatos.

El “Ego” a su vez controlado por la amígdala cerebral (ahí donde se generan nuestras emociones) en la parte límbica de nuestro cerebro, es la que emocionalmente nutre la conducta del temperamental. En el temperamental, el que por todo reclama, juzga o se indigna, no hay razonamiento sino reacción lúdica, puramente salvaje e instintiva; es el “Ego” furioso e indignado.

Es bastante raro en estos tiempos encontrarse a personas con carácter, es decir plenas, fuertes, templadas, serenas, estoicas. Es más fácil toparse con personas gritonas, malhumoradas, temerosas, ansiosas, estresadas (“subidas de tono”), inestables…

Filogenéticamente podemos decir que el temperamento nace con uno, forma parte de algún segmento de nuestro ADN. En este sentido es algo natural pero arcaico y primitivo. Contrariamente el carácter, no; éste se forja, se cultiva y se aprende. De tal manera que dominarnos, controlarnos, no ser tan temperamentales; dependerá de cuánto nos hayamos cultivado y aprendido. Ser hombres o mujeres fuertes (con carácter) será tarea de cada uno ante la debilidad de todo aquello que nos incomode, que nos irrite o nos lastime. El temperamental suele ser un desvalido emocional viviendo bajo el dominio de sus propias emociones, y por ende sometido a sus reacciones más arcaicas y primitivas de la evolución humana.

Insisto, juzgar, gritar, discutir, amenazar, culpar… Serán siempre impulsos naturales, pero cavernícolas en el devenir de la conducta psicológica de la persona, de un alma dañada, ofendida y lastimada.

Pero toda alma, cualquiera, puede y debe regresar al origen de su fortaleza eterna.

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