Una guerra limpia

Carlos Hornelas
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La gobernadora de Campeche, Layda Sansores cumplió la amenaza que hizo a Ricardo Monreal, de publicar algunas de sus comunicaciones privadas a través de una especie de espectáculo semanal estelarizado por ella, que alimenta su culto a la personalidad, al que llama “los martes del Jaguar”. Si Andrés Manuel tiene sus mañaneras, ella tiene los martes por la noche.

En dicho programa, la gobernadora se ha erigido en una suerte de “vengadora” o “vigilante” de las comunicaciones de personajes de la política. La intención que busca es, según ella, transparentar la corrupción y sus protagonistas para que el respetable público salga del marasmo de la ignorancia política en la cual le han sumido poderes oscuros del antiguo régimen. En su programa, la gobernadora se ha autodenominado juez y parte y sin aceptar defensa alguna de quien es “rostizado”, difunde con toda impunidad el contenido de comunicaciones privadas violando el artículo 16 de la Constitución del país, que supuestamente debería resultar una guía para el ejercicio de lo que quienes votaron por ella le han mandatado.

Como solamente se puede combatir fuego con fuego, ante la ominosa corrupción de los políticos, solamente queda obtener sus conversaciones de modos poco claros, para que queden exhibidos en su proceder ilegal. Hasta ahora a nadie parece importar el hecho de que, de manera poco misteriosa, los archivos llegan a las manos de la conductora del programa, perdón, de la gobernadora.

Si uno fuera mal pensado, y conste que no es el caso, creería que, efectivamente hay un espionaje selectivo a ciertas personas de interés del gobierno en turno. El mismo presidente en tu show matutino, perdón, en las conferencias de prensa mañaneras, también ha exhibido la vida privada de sus “adversarios”, como le gusta calificarlos, aunque en algunos casos se trate de periodistas, a los que trata de capacitar cómo hacer su trabajo.

Es, en realidad contradictorio, como la vida misma, porque él, quien inició con sus monólogos usando todos los recursos de comunicación social del Estado, sin reparar en gastos, ahora, condescendiente instruye a la gobernadora que hacer tal cosa es “de mal gusto”, de acuerdo con sus palabras. No dijo que sea ilegal, no la instó a abandonar el proyecto por considerarlo denigratorio, bajo, ruin o vil, simplemente le pareció “de mal gusto”. Es una guerra limpia.

En la peluquería alguna vez escuché atentamente a una estilista como la vocera de la más preclara lección de política que había tenido hasta ese momento decir que si Laura Bozo fuera presidenta, por el partido que fuera, sería una gran estadista porque ha conseguido reunir familias, ha obtenido fondos para gente que lo necesita, como quinceañeras que no tenían ni para su vestido y además su programa es sumamente entretenido. ¿Te imaginas que tuviera el poder y se sentara a gobernar desde su programa de televisión y pudiera mandar a la cárcel a las lacras del país y se deshiciera de la corrupción?, se preguntaba la peluquera. Me pregunto ¿sería un reality show? ¿sería conductora o presidente?, ¿lo haría por la gente, por el poder, por los reflectores o por su necesidad de que le acaricien el ego?, ¿Cuál sería su límite, hasta dónde llegar para entretener a los votantes?

Dentro de Morena, las baterías ya no están dirigidas a descalificar a la oposición y a los adversarios del antiguo régimen, sino a quien les pueda estorbar en la búsqueda de la permanencia en el poder. Ya no tiene que ver con una “guerra sucia” medida desde el barómetro de la democracia y el equilibrio de las condiciones para una competencia electoral: revela el manotazo más autoritario que busca quemar en los medios a quien finalmente no se ha alineado a los dictados del gran elector quien se jacta de llamar a sus subordinados “corcholatas”, con el humanismo que le caracteriza.