En estos días me da por ponerme en “modo historiador”. Por supuesto, no lo soy. Sólo me gusta revisar algunos libros, tomarme una cerveza mientras el Presidente toca la campana y recordar todas las luces y sombras de los héroes del pasado para vivir el presente con la mayor madurez posible. Ya lo sé: es un cursilería, pero después del cigarro, no pienso dejar un solo vicio más.
Como sea, en esta ocasión no quiero tocar temas relativos a la Independencia de México, sino a la de Yucatán, cuyas circunstancias acaso son desconocidas por algunos.
Además, confieso que me es imposible no recordarla cada 13 de septiembre, justo cuando se conmemora el heroico combate de los Niños Héroes en el Castillo de Chapultepec contra Estados Unidos.
¿Hay relación? En realidad ninguna; sin embargo, me acuerdo del Yucatán independiente con los Niños Héroes porque me daba vergüenza saber que cuando los norteamericanos invadieron México por Veracruz con el final arriba señalado, Yucatán se declaró neutral al conflicto. Como si tuviésemos algo de suecos.
Lo que supe después es que Yucatán, en aquel preciso momento, era independiente, pero sobre todo incapaz de apoyar a nadie dado que, en 1847, vivía la terrible y cruenta Guerra de Castas, conflicto que enfrentó a los mayas, liderados por Cecilio Chi y Jacinto Pat, contra clases privilegiadas en la Península que no tenían ni la mínima intención de cambiar las cosas.
Pero, ¿por qué se independizó antes Yucatán de México? Una vez me echaron en cara que fue porque los yucatecos siempre nos hemos sentido superiores.
No es así y nunca lo fue hasta donde he leído. La razón de esta división tiene su origen en un debate en aquel entonces caliente, apasionante e inconcluso: ¿federalismo o centralismo? Y aunque tiene esta historia a varios hombres de protagonistas, hay uno que se cuece aparte: Antonio López de Santa Anna.
El villano favorito de la historia de México está de vuelta. Sí, incluso en este relato de nuestro terruño. Parece broma. No lo es.
¿Seguimos la próxima semana?
