En terapia

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

A la fecha se considera que una de cada ocho personas en el mundo padece de una enfermedad mental. De tal manera que al menos mil millones de personas tienen algún disturbio emocional. En México, la estadística considera que son dos de cada ocho las personas que no están bien emocionalmente. Si contamos bien, de los 126 millones de habitantes que se han contado en nuestro país actualmente, 36 millones andan por ahí cargando en sus vidas con alguna distorsión mental.

En el campo de la ciencia médica de las enfermedades mentales, un trastorno lo determinará un pensamiento equivocado o un comportamiento que afecte la salud y el bienestar de un individuo. Y los casos son muchos; desde aquellas patologías de psicópatas perversos, violadores o asesinos, hasta las desregulaciones más comunes por casos de ansiedad, depresión o estrés.

En consulta, muchas veces vemos casos de gente que vive atormentada, temerosa, resentida, angustiada, enojada, deprimida… Nuestra tarea es rehabilitarlos, devolverlos a la vida, equilibrar y regular su sistema emocional. Algunos, con determinación y voluntad, logran pronto este propósito. Otros tardan más en hacerlo. Y otros, sin el menor compromiso consigo mismos, simplemente desertan o desparecen, llevándose de nuevo su trastorno emocional.

Regularmente cuando alguien no se encuentra bien emocionalmente, suele pensar que la culpa del daño siempre es de los otros, de la vida. Como si la vida tuviera una cara, nombre y apellido. “Mire usted cómo me ha tratado la vida” -dicen-. Y es esa misma idea, ajena y libre de compromiso y responsabilidad propia, la que regularmente le impide a un paciente recuperarse.

En terapia siempre se trata de aceptar nuestros propios errores, nuestras malas decisiones, malos hábitos o adicciones, elegir a veces ser más pasivos que activos, más vulnerables que fuertes, menos tolerantes y más agresivos, más temerosos, resentidos, viciosos, ansiosos, obsesivos, para corregir un trastorno o una conducta que no solo se impacta en nuestro sistema nervioso, sino en toda la red sistémica de nuestro organismo. Lo cierto es que casi siempre somos nosotros mismos, y no los otros, los principales responsables de lo que nos pasa. Alguien que ha tolerado tanto, como en el caso de una mujer siempre abnegada bajo la figura demandante de un marido controlador y arbitrario, reaccionará hasta que le duela y se sienta deshecha, consumida y devastada.

Como humanos nuestra prioridad es encontrarnos con nosotros mismos, con lo que somos y pretendemos. “Conócete a ti mismo” -le respondió el oráculo a Sócrates-. La vida (nuestra vida) casi siempre depende de saber quiénes somos, qué queremos y qué podemos hacer. Sobre todo, si en un momento dado nos sentimos en caída libre o de pronto nos encontramos dentro de un bucle emocional. Sentirse triste, confundido, ofendido o enojado; esencialmente no es culpa de nadie, sino del sentimiento propio de la persona. Es su propio sentimiento quien se ofende o quien se enfada por más que sea otro a quien se elige o se señala como el culpable. Es la propia persona quien determina si responde con miedo, enojo, ansiedad o frustración ante una situación determinada. El mismo sol puede lastimarnos si permanecemos debajo de él. ¿Y quién en su sano juicio puede culpar al sol por su cáncer de piel o al azúcar por su diabetes?

Acudir hoy a terapia ya no es por estar locos, sino porque hay algo que todo paciente sabe no está funcionando bien con sus emociones, con la armonía y el equilibrio de su cuerpo, su mente y sus sentimientos.