Barrera de historia y verdad…

Siempre hay que decir la verdad. Aunque duela. Aunque sea difícil. Es lo mejor, lo más honesto y lo más puro. Y a los niños hay que decirles la verdad. Siempre adaptada a su edad y a sus circunstancias, pero siempre la verdad…

Preguntaron los pequeños quién era Manolete. Le habían escuchado nombrar… Y su abuelo, aficionado de alma y sangre y ser, casi se emocionò. Era día 28… agosto se escapaba, otro más, moría en tardes de naranja y sol…

Les habló el anciano de Manolete. De su sonrisa mística, de su saber del toro, de su saber torear… de un matador en rosa y ofrenda, en pureza, de alguien estoico, de la figura del toreo de la época, de aquella madrugada..

No les ocultó su muerte…

Aprovechò el hombre la ocasiòn para hablarles también de Yiyo, de la ilusiòn de un joven torero, de una raza firme y fresca, de la entrega. Príncipe llamado a reinar, niño todavía y ya Maestro. Les contò de Colmenar Viejo…

Conversaron sobre la muerte. Los niños eran pequeños… pero podían entender algunas cosas. Les dijo el abuelo que Manolete y Yiyo sin duda estarían al lado de Dios, en una barrera celestial. También Paquirri, Silveti…

Hablaron de la verdad del toreo. Tan de verdad que es vida y muerte en el ruedo. Arte de inspiraciòn etérea, arte en minutos. Arte de belleza. Hablaron de esas barreras de vida y de historia ocupadas por Manolete, Yiyo, tantos…

Y recordaron también a los que, desde su barreras de dificultad, lidian con el toro de la enfermedad o de la desesperanza o de cualquier contratiempo. Y rompieron en una sonora y sentida ovaciòn…
A Manolote
A Yiyo
Al toreo y los toreros
A Luisito

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