El inocultable malestar social abre la puerta de Los Pinos a acciones que buscan detener la pendiente en la desaprobación del gobierno. El desánimo permea la atmósfera, pero la frustración por la inmovilidad de la corrupción o abusos de poder elevan la presión. Peña Nieto sabe del “mal humor” social y necesita descomprimir el ambiente con señales positivas, por ejemplo, a viejos reclamos de derechos, como el matrimonio homosexual, ante el déficit de otras respuestas. Y construir nuevas narrativas para desmontar estereotipos que dañan la imagen de la autoridad, como la omnipotencia de El Chapo o la impunidad del magisterio, para recuperar confianza.
En esa línea, la propuesta de legalizar el matrimonio gay en todo el país es un guiño a la crítica para ganar credibilidad en el terreno de los derechos humanos en el que tiene sus peores derrotas. Cierra un ojo a “progres”, activistas y protagonistas de “tormentas de mierda” de las redes. Sin duda, elevar esas uniones a la Constitución y reformar el código civil para la adopción a parejas gay es la declaración más importante de su gobierno contra la discriminación, pero el gesto sobre todo trata de atajar el peligroso nivel de descrédito de las encuestas. Dar guiñadas por la caída de popularidad de cara, primero, a las elecciones estatales del 5 de junio, y segundo, ante el vendaval económico tras los comicios con una devaluación desordenada del peso.
El gesto se remarcó con actos como vestir el edificio de SRE con los colores del arcoíris o el fondo del Twitter presidencial. La política como espectáculo también produjo una reunión inédita en Los Pinos con la comunidad LGBT, olvidada desde la campaña por un presidente poco liberal en estos temas. Pero el anuncio es el más visible compromiso con un país diverso que ya no cabe en patrones monocolores de religión y familia. Un mensaje de apertura, en un momento oportuno. Que al menos de modo pasajero distrae de la desaprobación por escándalos de corrupción, abusos de poder como Lord Roll Royce o la inseguridad. Aunque pronunciado desde la Presidencia tiene consecuencias culturales que traspasan a las urnas. Para la comunidad gay irse o salir del clóset en que confina la represión sexual, falta de derechos y homofobia; para las posiciones conservadoras e iglesias, el temor de que el respaldo presidencial desborde prejuicios y estereotipos que apuntalan el dogma. El riesgo para el gobierno, no quedar bien con ninguna audiencia.
El mensaje a los “progres” no es el único que trasluce la búsqueda de nuevas narrativas ante la desconfianza en las instituciones. Otro es conceder la extradición exprés de El Chapo a Estados Unidos, a pesar de estereotipos nacionalistas de política exterior. También se busca recuperar credibilidad, vía desmontar “mitos” como la invencibilidad del líder del cártel del Pacífico y otrora hombre más rico del mundo, según Forbes. Con ello derrumbar un ídolo de la cultura del narco y enviar el mensaje a simpatizantes y creyentes anti status quo de que el gobierno sí puede con poderes de facto, aunque no se atienda la crisis del sistema penitenciario que aquél burló dos veces. Se va como acto de afirmación del gobierno, además de alivio al problema de seguridad que él representa en cárceles mexicanas. Finalmente, hay una estrategia para romper mitos como la impotencia del Estado frente a los abusos de maestros y su incapacidad de aplicar la ley ante el boicot a la Reforma Educativa. La imagen sobreexpuesta del secretario de Educación apuesta por el personaje de mano firme contra maestros paristas, a diferencia de antecesores que sucumbieron ante la presión y las movilizaciones. También aquí acabar con la leyenda de la intocable CNTE. Ahora habrá que ver si las nuevas narrativas cuajan o se desgastan como las historias inverosímiles o mal contadas.