Alguien lo había visto en una película… O quizá lo había leído en un libro. Y les pareció una idea interesante. Así que el profesor, que era joven y muy taurino, adoptó esa costumbre en su clase. Aquella misma mañana la pusieron en práctica. Los pequeños aplaudieron…
Le llamaron el Buzón de los Secretos.
Se trataba de una caja en la que los niños introducían cartulinas en las que contaban un secreto. Algo que les emocionaba, les preocupaba, les daba miedo… Los chiquillos elegían si deseaban que el profesor leyera su tarjeta o si optaban por secretismo total.
Casi todos escogían compartirlo…
Así el maestro les animaba. O les aconsejaba. Les ofrecía ayuda. Les felicitaba. El niño escribió en un papelito azul que deseaba la curaciòn de su mejor amigo. Se había caído de un caballo y estaba hospitalizado. De elección pidió que lo leyera el profesor.
Total! Nadie podía hacer nada!
El maestro notó el desánimo del niño. Y se esforzó por hacerle sonreír. Lo primero que harían juntos sería rezar. Oraciones para el pequeño. Y después en el recreo jugarían al toro. El crío hospitalizado era muy aficionado. Le ofrecerían sus faenas…
Todo era más alegre de repente…
Dedicado al niño Luis