Del place a la adicción… dopamina

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Aunque la dopamina sea un neurotransmisor de la motivación y el estímulo, y su activación desde el hipotálamo de nuestro sistema nervioso sea para hacer planes, tener proyectos y en muchos sentidos mantener la ilusión en nuestra vida; lo cierto es que debemos tener cuidado con ella porque la sobre activación constante de su flujo derivará en un desequilibrio bioquímico dentro de nuestro sistema que impedirá que otros neurotransmisores como la serotonina y las endorfinas, propias más de nuestra realidad del “aquí y ahora”, se activen para proporcionarnos la salud y el bienestar de algo más tangible y menos ilusorio.

Es decir que si dejáramos sola a la dopamina para que se encargara de nuestra “felicidad” (la dopamina forma parte del grupo de hormonas llamadas de la felicidad), ésta no podría porque su función es sólo motivar, buscar, animar y proyectar aquello que deseamos, pero no tenerlo de manera real. O cuando ya se tenga lo deseado, querer otra cosa o querer siempre más.

Y el “más” siempre será un problema en la actitud humana del hombre contemporáneo; ¡más alto! ¡más lejos! ¡más rápido! ¡más nuevo! ¡más caro! ¡más intenso! ¡más megas! ¡más, más, más…! De tal manera que la adicción al “más” descompensará no sólo nuestro sistema nervioso sino metabólico. Muchos problemas de estrés y ansiedad se deben a este síndrome del “más”.

La adicción a la droga (a cualquiera), al alcohol, al juego, al tabaco, al sexo, a los fármacos, es un claro ejemplo de cómo el lado oscuro de la dopamina impedirá que un adicto en busca siempre del “subidón” se contenga o se mantenga sobrio para obtener un estado de gozo o de placer natural, ajeno a su adicción.

“Somos como cactus en una selva tropical -dice Tom Finescane-, que descendientes de climas áridos, nos estamos ahogando en dopamina”. Finescane se refiere al uso adictivo del smartphone, la tv., Facebook, Tiktok, WhatsApp y todo aquello que hoy representa un gusto fácil y un gozo aparente (espurio y placebo) disfrazado de atracción, distracción y entretenimiento.

Se trata (la adicción) de evitar el dolor (a veces pura soledad emocional) sin tener consciencia del costo, a través de cualquier tipo de analgésico que a la larga evitará que el flujo natural de la dopamina se active, provocando, como consecuencia estados alterados o de depresión, decepción o tristeza, frustración y desánimo.

La actitud “dopaminérgica” (exceso y poco control sobre uno mismo) hará que un organismo que no se relacione mejor con su realidad (su equilibrio), y por el contrario, actúe más por impulso que bajo un estado consciente y razonado; tarde o temprano tendrá que aceptar las consecuencias de su comportamiento.

La dopamina es la hormona del placer y la recompensa, y por supuesto su activación nos anima a buscar o hacer aquello que sentimos “nos hará felices”. ¿Y quién no quiere serlo? Pero placer y dolor se encuentran demasiado cerca el uno del otro. Y es por ello que entendiendo el uso y flujo natural humano de este neurotransmisor; debemos aprender a mantenerlo dentro de su naturaleza misma y no sobre estimular su activación y a la larga, lamentar su bloqueo y ausencia.

Tanto en el espectro colectivo como en el individual, la dopamina representa tanto una cuestión natural de nuestro cuerpo y sistema nervioso, como también un vínculo demasiado estrecho con aquello que puede causarnos una adicción o enfermarnos.

Metafóricamente puedo decir que penderíamos de una rama muy frágil expuestos al placer y al dolor. Pero es un hecho que la felicidad humana depende también de esa circunstancia; disfrutar aquello que nos hace bien pero siempre corriendo el riesgo del exceso o la falta de saciedad.

Todo dependerá entonces de cómo aprendamos a controlar, activar o limitar esta sustancia de nuestro flujo sináptico, sin la que nuestra vida carecería de gozo, placer y armonía. Y, por tanto, de sentido.