Hay dos pequeños torbellinos en la casa

Mis dos pequeñas nietas están en la casa. La mesita de la sala, la que sirve para poner el módem de internet y hasta la mesa del comedor están llenas de juguetes. Estos pequeños torbellinos tienen cinco años cumplidos una y casi tres la otra, pero su forma de hablar y su conducta parecen de niñas que tuvieran el doble de edad; así son los pequeños de ahora.

La pequeña Alisson sale del cuarto de visitas llevando en sus manos, qué cree usted: un teléfono celular, que le sirve para ver videos infantiles. Busca a Lita, su abuelita, mi esposa, que no se da abasto para atenderlas.

Las pequeñas adoran a su Lita y se desviven por atraer su atención y recibir sus cuidados, y ella está feliz prodigándose para ellas. No hay nada que le guste más que cuidarlas, y cuantas veces ha sido necesario ha viajado hasta Tizimín para atenderlas cuando, por ejemplo, se enferman de las vías respiratorias y no pueden ir al jardín de niños. “¡Lita, Lita!” gritan ellas cuando la ven y de ahí pal real, no la sueltan.

Yo nunca he tenido, lo reconozco, mucha paciencia ni imaginación para convivir con las niñas, al menos no por mucho rato. Así que me conformo con verlas jugar inventando mil y una fantasías, y de vez en cuando recibir un besito por el gran mérito de ser Lito, el esposo de Lita.

No fueran hermanas la pequeña Alisson y la mayor Lía Sofía si no estuvieran peleándose a cada rato. Cuando una dice frío la otra dice calor, cuando una quiere comer la otra no, y así por el estilo. Lo bueno es que su papá, que salió más bien a su madre, tiene paciencia de Job para poner en orden a las pequeñas sin que hagan tanto alboroto.

De repente se oye el llanto de una u otra y la tranquilidad que normalmente reina en nuestra casa se rompe, y hay que intervenir para que las cosas vuelvan a la normalidad.

Pero todo se olvida cuando, por ejemplo, vemos a Alisson correr de la sala al cuarto y viceversa vestida como Superniña, con un disfraz que su madre le acaba de comprar para que le sirva en el festival carnavalesco de su escuelita. La estampa no tiene precio.

–Ya hija, vamos a quitarte tu disfraz para guardarlo –le dice su mamá.

–No quiero –responde ella.

–Pero tienes que quitártelo, para que no se estropee.

–No, nunca –insiste ella y arranca veloz una vez más, estirando los dos brazos hacia atrás para tratar de levantar su dorada capa.

Lía Sofía la mayor es el principal motivo esta vez de que los cuatro –papá, mamá y las dos chiquitinas– estén en la casa. Ella vio recientemente en el cine la película “Coco”, y la ha vuelto a disfrutar en vídeo varias veces, con tanta atención que ya se sabe prácticamente todas las canciones que se escuchan en la película. Cuando su tía Daniela le preguntó si le gustaría ver la obra de teatro homónima que llegó para presentarse en Mérida, la reacción fue desde luego de gran entusiasmo.

Como todos los abuelos, yo y la Chata damos gracias a Dios por los nietos que nos regaló. Quienes tienen nietos entenderán fácilmente lo feliz que éstos nos hacen, y los que no, ya pronto les tocará.

Les dejo porque los torbellinos acaban de lanzarse detrás de Tito el gato, que prudentemente echa una carrerita hacia las escaleras del segundo piso para que no lo alcancen.

 

Por Gínder Peraza

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