Insomnio por John Long Silver

Por: Alejandro Fitzmaurice

 

Es madrugada cuando estoy pensando en barcos, mares y vientos que no llegan. Así desperté: con ganas de mirar horizontes donde sólo se ven aguas saladas.

Eso pasa, supongo, cuando una noche antes se releen algunos párrafos de la “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson, autor a su vez del infame “John ‘Long’ Silver”, uno de los personajes de la novela.

Pero la oscuridad en mi casa no transcurre en silencio. De entre las paredes, escucho el rumor de olas que se mecen y una canción —la de las caricaturas de la tarde— me llega como neblina a los muelles de la memoria: “¿Qué es lo que tiene/ ese cofre misterioso que llevan allí/ que los piratas morirán por él?”

Tengo ocho años: la voz de “Silver”, su loro y su pata de palo me aterran por las tardes. Sin embargo, los sábados, cuando papá me lleva a pescar, me estoy muriendo por divisar una nave de bandera negra con un capitán amarrado al mástil, los gruñidos de una runfla de marineros amotinados y la voz aguardentosa del temerario ese entre las olas.

Si existen peces de 60 kilos que puede clavarse con arpones, como dice papá, bien puede pedirse un barco pirata de milagro, me digo yo.

Y me voy a Google a pasar el insomnio, al mapa eterno donde pueden encontrarse los rastros del “Silver”, la genialidad de Stevenson al definir el modelo del pirata: el loro, el cofre del tesoro, el barco aterrador… todos los elementos que el “Capitán Sparrow” de Johnny Deep revolucionó para echar a perder antes que el personaje se tragara al actor.

Regreso a la cama. Es el deber el que obliga a dormir, pero yo me pongo a soñar que me llamo Alejandro, que fui niño y que escribo una columna sobre piratas, y entre los edificios, un barco imposible se divisa por la avenida, rompiendo el asfalto con una quilla indestructible.

Es una nave gobernada por un hombre que huele a ron. Aún está lejos, pero yo lo escucho. Finalmente, él viene por mí. Pero esta vez no tengo miedo. Esta vez quiero probar el filo de su cuchillo contra mi mano. Quiero que me enseñe las canciones que se cantan con las tempestades. Quiero su loro burlón.

Yo sé que todo es mentira, pero es verdad. Y allí viene el barco empujado por un viento que no existe y un pirata largo con un sombrero que raspa las nubes… Y me dirijo a la puerta.

Entre las paredes, ya no escucho sólo el rumor de las olas. Mi casa huele a peces, sabe a mar, y en la cochera, las baldosas delatan al hombre que camina con una pata de palo…

“¿Qué es lo que tiene/ ese cofre misterioso que llevan allí/ que los piratas morirán por él?…

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