La alienación citadina

Ángel Canul Escalante
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Actualmente es común que, en las grandes urbes donde se concentran la mayor cantidad de personas, sus habitantes sientan un gran descontento sobre la vida en general. Dentro de esos embotellamientos automovilísticos que se hacen presentes a determinadas horas del día, donde la mayoría regresa a sus casas, ese momento del día se transforma en el tiempo en que la persona promedio maldice todas las horas que pasa ahí estancado rodeado de otros en la misma situación. Esto se hace más pesado para aquellos que tienen que sufrir largas horas de trayectos en autobuses en condiciones deplorables.

Es impensable que dada la condición en la que uno se encuentra sometido en la ciudad uno pueda sentirse realizado siendo parte de la masa de concreto que le rodea. Al contrario, cada vez las personas se encuentran más aisladas y desconectadas de las cosas, de su trabajo, de las personas y de sí mismo. No por nada Marx hablaba de esas cuatro formas de alienación en las que el proletario se encuentra sujeto en el capitalismo. La alienación citadina se interioriza al grado en el que creemos que esa insatisfacción de nuestra vida y su rutina es una carga con la que tenemos que lidiar y que no existe alternativa. Nadie niega que las ciudades son estresantes y agitadas resultado de la aceleración en la que todo tiene que llevarse a cabo. Este estrés permanente nos conduce a una depresión rampante en la que la falta de identidad y sentimiento de pertenencia nos priva de la posibilidad de salir de ese agujero.

Ante esto, tenemos que tener muy en claro que no es casualidad que nos sintamos así en las ciudades modernas, pues su arquitectura, diseño y planeación fue pensada únicamente teniendo como fin la optimización de los tiempos de movilidad y el incremento de la productividad (aunque claramente fracasó en ambos puntos) y no en el bienestar de quienes la habitan. Hoy se habla bastante de ciudades sustentables, una forma de placebo ante el descontrol que ya está dado en ellas, pues las áreas verdes brillan por su ausencia mientras que el repertorio de contaminaciones tanto visual, auditiva y atmosférica se hallan hasta en el más reducido rincón. A menudo lo único verde con lo que uno se encuentra es con el material sintético y con algún sitio con pintura con lo que se intenta disimular la falta de consciencia que se tiene para con la naturaleza y la necesidad vital del ser humano de relacionarse con ella.

Para comenzar a corregir ello tenemos que dejar de maravillarnos fácilmente en cómo nos venden el concepto de ciudad, que se presenta como un espacio lleno de oportunidades y entretenimiento sin fin, cuando realmente esa vida se reserva para una minoría y los menos afortunados son quienes tienen que enfrentarse a una realidad de desigualdad y frustración. La mayoría de las ciudades comparten esa constante y es muy usual que uno caiga embelesado por la imagen de otras ciudades diferentes a la que habita, cuando la verdad se trata de la misma situación. Quizá los movimientos sociales del mañana tendrán como bandera el abolir las ciudades, ante las formas descomunales e inhabitables que alcanzarán. Construir mejores sitios en donde habitar será tarea urgente y en la que todos nos veremos obligados a ser parte. Un buen punto de partida será cambiar el fin con el que las actuales ciudades fueron erigidas y poner como centro el bienestar y armonía de todos los seres vivos.