La historia de Gerardo

Por Alejandro Fitzmaurice

Gerardo Abraham Goff no recuerda ni remotamente que le metí una barrida medio subida de tono en cuarto o quinto de primaria.

No estoy tan seguro del año, pero lo que sí recuerdo es que fui yo quien se llevó la peor parte: acabé sin aire, con una pierna sentida y tumbado en el lodo. Él, que siempre ha sido un toro, pudo haber seguido la carrera, pero en lugar de eso, se levantó rápido y me tomó de la mano para que me levantara a seguir jugando.

Recordé esa anécdota justo cuando me volvió a apretar la mano la semana pasada en casa de sus papás, donde nos recibió para una larga entrevista que, desde entonces, no puedo evitar recordar cada noche antes de dormir.

A estas alturas, no sé si es necesario repetirlo, pero por alguna parte hay que empezar: Gerardo, desde hace muchos años, combate un cáncer en la cabeza agresivo, tenaz y feroz. Se ha sometido a diversas y dolorosas cirugías, así como numerosos tratamientos de quimio y radioterapia.

Así, además del carácter de boxeador anestesiado contra cirugías y sustancias que el tumor manifiesta, éste presenta conductas impredecibles. No por nada, Gerardo destaca la cantaleta de los doctores justo antes de que las batallas comiencen: “No hay protocolo, Gerardo”. A mi parecer, es una forma elegante de decir que es la primera vez que combaten a un bicho como ése.

Sin embargo, donde otros se hubieran derrumbado, Gerardo ha sabido construir cimientos a partir de la fe. Podrán ser tiempos malos en el mundo para creer en lo que no se ve, pero para este hombre de 38 años, Jesucristo y la Virgen María son las únicas verdades que cuentan.

“Ese despertar de conciencia lo fui adquiriendo con todo lo que me ha pasado. ¿Mi mensaje cuál es? Procurar que la gente haga su propio análisis de conciencia sin que tenga que pasar por lo que yo ya pasé. No tienes que sufrir un cáncer para ponerte las pilas […] hay que ir a misa a agradecer, hay que rezar para agradecer, hay que levantar la mirada al cielo y decir: <<Gracias, Diosito>>”.

Ciertamente, no es un mensaje para todos. No por lo menos para mí, que vivo con dudas que se golean siempre a la fe de pésima condición física que resguarda la portería de mis creencias.

Pese a esto, me admira el coraje de Gerardo para no guardarse el apoyo recibido. En su condición, otros quizá se encerrarían, con justicia, en sus propios laberintos a recibir la fuerza. Él, por el contrario, explica que quiere contar su historia para que otros cuenten la suya: los relatos de los que sobreviven al dolor día con día.

“Mi finalidad es ésa: que este movimiento trascienda a la enfermedad de Gerardo […] yo no quiero que sea Gerardo el único que hable: quiero que otras personas que hayan pasado por otras tragedias lo hagan […] que todo este movimiento que se está gestando a mí alrededor no se quede sólo en mí […] hay que hacerlo también por los demás”.

Me apena tener que cerrar aquí. Fue una entrevista de dos horas con un amigo que sencillamente enseña con el ejemplo que nunca se pueden bajar los brazos.

Cierto: reconoce que hay días buenos y malos, pero ante un tumor que tiene la genialidad del Real Madrid –para seguir con las metáforas futboleras– él insiste en sentirse con la mejor versión del Barcelona, pues junto a él alinean Jesús y la Virgen María.

Sé que lo sigue pensando incluso ahora mismo, cuando a través de Instagram, me entero que el tumor ha regresado más agresivo que nunca. La radioterapia preventiva de la que nos habló contento aquel miércoles, hoy es un recurso indispensable.

Por todo eso, quiero decirle que estoy con él, carajo, y que quiero estrellarle a ese cáncer toda la rabia de la que soy capaz. Sin embargo, con toda esa paz que irradia, él preferiría una oración…

Como periodista, la larga entrevista con Gerardo me compromete a visibilizar más a quienes luchan contra el cáncer, a dedicarles un espacio a quienes se aferran a la vida para que otros, a partir de Gerardo, sepan bien que no están solos.

Como amigo, le debo un rosario. Yo hace mucho que le dejé de ir al Barcelona, pero si ése es el equipo de la metáfora, con gusto me siento en la banca a recordar misterios. Ahora yo, con mis aves María, quiero ayudar a levantarlo si es que alguna vez un hombre como Gerardo se ha caído.

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