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Los terremotos siempre desnudan la corrupción. Entre el polvo, entre las piedras y los escombros, el fantasma de lo malhecho, de lo construido con dos centavos, camina con soltura, pero sobre todo evidente, sin vergüenza.

Habría que preguntarles si esto no es cierto a los muertos del 85, a los aplastados del septiembre de 2017. Muchos fallecimientos pudieron evitarse, si se construye como se debe. La prueba estaba en los edificios de al lado, en los que siguieron de pie, cuarteados, pero firmes.

Ayer, en Progreso, ni siquiera tembló, pero una parte chiquita de un edificio que funcionaba como restaurante, una cornisa dijeron, se colapsó para matar a tres personas y lesionar, según números preliminares, a seis.

Polvo, llanto, entierros… ningún progreseño, ningún yucateco se merece eso. Ni siquiera un milímetro de polvo, ni siquiera una piedrita en la cabeza, nada queremos de la negligencia de propietarios, autoridades o constructores que no tiene un ápice de responsabilidad.

Ahora es tiempo de investigar y deslindar responsabilidades. De nada servirá culparse sin pruebas. Lo cierto es que, de haber responsables probados por especialistas y autoridades, el hecho no debe quedar impune.

Que tiemble en Progreso si es necesario, pero que no se quede la justicia enterrada entre los escombros del Mocambo.

 

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