El muro… interno e invisible

POR: TOMÁS CEBALLOS 

Juzgamos a Trump. Nos ofende su ridículo muro y su descarado racismo. Y Claro, es muy fácil  criticar desde nuestras cómodas trincheras, ya sean Facebook,  Twitter o cualquier red social.

Cuando un gringo millonario nos discrimina por el simple hecho de ser mexicanos, nos parece ofensivo pero… ¿Acaso nosotros no hacemos lo mismo?

La finalidad de este articulo no es, ni nunca será, defender las ideas desatinadas del presidente de nuestro vecino país; Sino provocar un ápice de introspección en nuestra sociedad.

A nosotros, los mexicanos profundamente ofendidos por las palabras de Trump, que no nos damos cuenta de que nosotros estamos haciendo exactamente lo mismo que él.

Yo no sé como funcione el tema en otros estados del país. Pero sí sé como funciona en mi Yucatán. Un estado lleno de una hermosa y milenaria cultura indígena, que, lejos de hacernos sentir orgullosos, nos avergüenza.

Esto no es un problema que podamos adjudicarle al gobierno, como nos encanta hacer, es un problema social, y los que tenemos que tomar cartas en el asunto somos nosotros, la misma sociedad. El primer paso, por decir algo, es darnos cuenta de lo que estamos provocando, hacer conciencia y entender que con unas simples palabras, estamos condenado una cultura y truncando el sano avance de la humanidad. Pareciera que no afectamos a nadie, pues como buenos yucatecos pacíficos, no usamos las palabras para herir directamente, inclusive bajamos la voz cuando pensamos que alguien podría sentirse ofendido con nuestras palabras (práctica común con los trabajadores de servicio) pero al usar estas formas para expresarnos, creamos poco a poco, una concepción errónea de la cultura indígena poniendo, inconscientemente, mas obstáculos, al ya pedregoso camino por recorrer.

La perdida de la lengua maya, el uso despectivo de la palabra “indígena”, la necesidad de traducir los apellidos al español en busca de unas mejores oportunidades laborales y la ineludible división de clases son algunos de los tristes resultados que se han logrado por la construcción de nuestro propio muro interno, invisible para algunos privilegiados, pero sumamente palpable para tantos otros que sufren, día a día, de sus repercusiones. Un muro que no es fácil de demoler, pues se ha ido construyendo generación tras generación. Y que tenemos que empezar derribar piedra a pierda el día de hoy, antes de poder criticar a quien hace lo mismo que nosotros.

No finjamos que vivimos en una sociedad sin racismo, sin discriminación, porque no es así.

Creo que estamos a tiempo de abrir los ojos, de romper los paradigmas, de dejar a un lado esa falsa condescendencia, y empezar a ofrecer oportunidades reales. No caridad, oportunidades reales de crecimiento, de preparación y sobretodo, de autovaloración.

Antes de apuntar con el dedo a las personas que nos discriminan, tenemos que empezar a dejar de discriminarnos a nosotros. A aceptar que somos un pueblo mestizo y que la cantidad de sangre indígena no te hace menor ni menos capacitado para cualquier puesto de trabajo. A apreciar nuestras raíces, que vienen de una cultura antigua, respetada en todo el mundo por su gran conocimiento. A valorar a nuestros trabajadores del campo, un trabajo igualmente duro que digno,  además de necesario.

A entender, que la falta de melanina no debería de traer consigo ningún

tipo de privilegio, y que los privilegios se deberían de ganar con educación, trabajo, y sobretodo con la calidad humana.

A no perder de vista que ir a la iglesia todo los domingos no nos cura de la hipocresía, egocentrismo y el materialismo al que estamos expuestos. 

Introspección, abrir los ojos a nuestra propia realidad, y a lo que estamos provocando nosotros mismos, es la única forma de encontrar la coherencia.

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