Por qué Putin y los populistas se aman profundamente entre sí

Por todo Occidente, los populistas tienen un nuevo ídolo: el presidente ruso Vladimir Putin. Marine Le Pen, lideresa del partido de ultraderecha francés Frente Nacional, ha elogiado el modelo de Putin de “proteccionismo razonado, en el que cuida los intereses de su propio país al tiempo que defiende su identidad”. El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, repetidamente ha mostrado efusivamente muestras de admiración por el presidente ruso. Inclusive el partido de izquierda griego Syriza ha defendido las operaciones rusas en Ucrania y ha votado en contra de las sanciones a Rusia. Para todos los demás, esto es bizarro. Putin es un hombre que, de acuerdo con The Guardian, “ha asombrado y preocupado al mundo con sus políticas descaradas y caprichosas” y el New
York Times dice que está socavando tanto a la OTAN como a la democracia europea y cuyo “comportamiento agresivo (…) podría resultar en el tipo de cálculos peligrosos que a menudo conducen a un conflicto armado”. Es fácil considerar a los populistas como inocentes tontos que han caído víctimas de unos intrigosos maquiavélicos. Después de todo, tenemos razones para pensar que la Rusia de Putin está metida en una manipulación política, en parte
por su interferencia en las elecciones presidenciales de EU, su creación de un “ejército” de trolls de internet, así como por el reforzamiento del apoyo a medios rusos para operar en idiomas europeos. Su próximo objetivo
parecen ser las elecciones de 2017 en Alemania y Francia. Pero considerar a los populistas como desventuradas víctimas de manipulación por parte del Kremlin es subestimar la genuina admiración que tienen por las cualidades que Putin encarna. A lo mejor esto termina en lágrimas, pero no se trata de un matrimonio por conveniencia: es
auténtico amor. Si queremos saber por qué muchos votantes se han encantado con los populistas, necesitamos
entender por qué los populistas se han enamorado de Putin.

A lo mejor esto termina en lá-grimas, pero no se trata de un matrimonio por conveniencia: es auténtico amor. Las respuestas no son tan difíciles de encontrar. Elijan casi cualquier rasgo del populismo y la verán reflejada en Putin. Esto podría sonar perverso, dado que una de las pocas cosas en la que los populistas están de acuerdo es en su desprecio por las élites y, como un ex elementode la KGB con un poder casi absoluto en su país, Putin difícilmente es un agente externo. Sin embargo, el resentimiento de los populistas nunca se ha dirigido a todas las élites, sino solo a las que no son las adecuadas, aquellas que incluyen el sentir general de la política y que han liderado a las democracias occidentales desde la Segunda Guerra Mundial. Por eso es que el millonario y poderoso Donald Trump puede ser considerado como un antielitista: él pertenece a una elite, pero no se trata de la de
Washington o la de Bruselas. De la misma manera, Putin pertenece a una élite rusa, pero no al establishment liberal occidental. Al populismo lo alimenta principalmente el odio dirigido a la clase política y Putin lucha contra ese mismo poder. Pero ver esto como un mero ejercicio oportunista de realpolitik en el sentido de que “el enemigo
de mi enemigo es mi amigo” subestima la fuerza de la unión entre gente unida ante lo mismo a lo que se oponen:
un odio compartido puede ser el cimiento de un amor mutuo. Las instituciones que los liberales consideran como protectoras de los valores fundamentales de la democracia son vistas por los populistas como obstáculos a la democracia. Hay otras características de Putin que apelan al sentimiento populista. El liderazgo fuerte es admirado
por los populistas porque se considera necesario para crear una contraparte a los igualmente fuertes intereses particulares que se interponen entre la gente y el ejercicio de su voluntad. Putin comparte esa devaluada visión de lo que la democracia representa para ellos: abusar de la sencilla y unificada voluntad de la gente para ejecutarla. Para los populistas, el apoyo de las mayorías implica el poder absoluto y hasta los críticos más férreos de Putin aceptan que él, por lo menos en sus períodos al mando, ha conseguido el apoyo de la mayoría en Rusia. En la democracia liberal, en contraste, se cree que la voluntad de la gente no es sencilla y que hay que negociar a través de instituciones democráticas que disminuyan las posturas extremistas y protejan a las minorías de las mayorías. Para los populistas esto es un simple código que permite a la élite liberal no conceder lo que la gente quiere sino diluir la voluntad popular para avanzar en sus propias agendas. Esa es una de las principales razones
por las que el populismo amenaza a la democracia tal como la conocemos. El populismo no tiene un respeto real por el estado de derecho. Cree que la soberanía no recae en el parlamento o en instituciones democráticas estables, sino solamente en el más reciente mandato electoral concedido por la mayoría de la gente. Las instituciones que los liberales consideran como protectoras de los valores fundamentales de la democracia son vistas por los populistas como obstáculos a la democracia. Los liberales subestiman las tentaciones del nacionalismo, las tradiciones y el liderazgo de un hombre fuerte. De aquí deriva el desprecio de Trump por el proceso electoral al que consideró “amañado” (por supuesto solo hasta que ganó), y las acusaciones de que los jueces que ordenaron que el Parlamento del Reino Unido votara sobre la eventual salida del país de la Unión Europea son “enemigos del pueblo”. No debería sorprendernos entonces que esta gente no considere el desprecio de Putin al estado de derecho en Rusia como un problema. Si la ley no basta, basta con cambiarla. Eso es lo que William Partlett, de Brookings Institution,
define como el “estado de derecho”.

Y por supuesto, ahí está el nacionalismo de Putin. A los populistas de izquierda y derecha los une su deseo de regresar el poder a las naciones soberanas arrebatándolo a las instituciones anónimas e irresponsables, así como a los tratados comerciales. Esta regresión no tiene sentido sin un fuerte sentimiento de nacionalismo, ya sea que se base en lo étnico o no. En este sentido, Putin marcha paso a paso con los nacionalistas y ha demostrado en Crimea y Ucrania que está dispuesto al uso de la fuerza para proteger a Rusia dentro o fuera de sus fronteras nacionales, así como a proteger la integridad territorial de su país. El populismo es una amenaza a las democracias como las conocemos. El punto final en esta compatibilidad (entre nacionalismo y populismo) es el amplio rechazo a los
valores liberales. Muchos populistas son conservadores religiosamente y opuestos al multiculturalismo. La permisibilidad de Putin al nuevo fortalecimiento de la influencia de la Iglesia Ortodoxa Rusa le ha ganado las simpatías de aquellos que quieren que las iglesias jueguen un papel más relevante en sus países.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.