Ratio essendi

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Roberto A. Dorantes Sáenz

El conocimiento de nosotros mismos nos lleva a ser mejores personas, por eso considero indispensable conocer de qué tipo de temperamento somos. Para ello aclaremos desde un principio que temperamento no es lo mismo que carácter, dos conceptos que solemos confundir con mucha frecuencia; en este artículo definiremos cada uno de ellos, cosa necesaria para aplicar en nuestras vidas diarias.

Scito te ipsum, conócete a ti mismo, máxima filosófica para encontrar la verdadera sabiduría, Conrado Hock escribió el libro “Los cuatro temperamentos”, es un libro sencillo que les invito a leer.

Definamos primero qué es el carácter. Se dice del grupo de cualidades que distingue a una persona por su comportamiento, y así nos expresamos por ejemplo: carácter latino. Otra definición sería: actuar de manera enérgica y convincente, por ejemplo: hombre de carácter.

El temperamento se define como una disposición fundamental del alma, que se manifiesta particularmente, cuando ésta recibe una presión, ya sea por ideas y representaciones, bien por acontecimientos exteriores.

Ya podemos establecer la diferencia entre uno y otro con las definiciones, podemos decir que el carácter es un estilo que define al hombre en su comportamiento natural y cotidiano, y el temperamento vendría a ser más que una diferencia entre los demás, una disposición de la persona, que reacciona ante ciertas circunstancias. En otras palabras, el comportamiento o conducta de cada uno ante ciertas situaciones.

El temperamento vendría a ser el termómetro de nuestra conducta ante las presiones, sean éstas chicas o grandes, y se relaciona con la bondad o moral de nuestras acciones, es decir, con la moral de nuestros actos.

Podemos conocer nuestro temperamento al contestar las siguientes preguntas: ¿Cómo se conduce el hombre, qué sentimientos lo embargan, qué móvil le impulsa a obrar, cuando algo le impresiona? Así por ejemplo, ¿cómo se porta el alma, cuando es alabada o reprendida, cuando se le ofende, cuando advierte en sí cierta simpatía o tal vez antipatía hacia tal persona, o cuando, en ocasión de una tormenta o de hallarse de noche en un camino solitario, le sobreviene el pensamiento de un inminente peligro?

Existen cuatro temperamentos: colérico, sanguíneo, melancólico y flemático.

El colérico se excita fácil y fuertemente; se siente impulsado a reaccionar de inmediato; la impresión queda por mucho tiempo en el alma y fácilmente conduce a nuevas excitaciones. El clásico enojón, que no olvida una ofensa y puede dejar de hablar a quien le ofende por días, semanas, meses o años. No importa la magnitud de la ofensa.

El sanguíneo, así como el colérico, se excita fácil y fuertemente, sintiéndose asimismo impulsado a una rápida reacción; pero la impresión se borra luego y no queda mucho tiempo en el alma. El amiguero, el que suele ser el alma de la fiesta, se molesta contigo pero rápidamente se le olvida.

El melancólico se excita bien poco ante las impresiones del alma; la reacción, o no se produce en él o llega después de pasado cierto tiempo. Las impresiones, sin embargo, se graban muy profundamente en el alma, sobre todo si se repiten siempre las mismas. El que anda siempre triste, el que se preocupa por todo.

El flemático no se deja afectar tan fácilmente por las impresiones, ni se siente mayormente inclinado a reaccionar; y las impresiones, por su parte, muy luego se desvanecen.

La persona que no se altera, que no reacciona ante las situaciones de peligro, cuando le dices que se prepare porque viene el huracán y te responde con un sí ya lo sé, aquí lo esperamos, con una pasividad que impresiona.

El temperamento colérico y sanguíneo son activos; el melancólico y el flemático son más bien pasivos. En el colérico y el sanguíneo hay una fuerte inclinación hacia la acción, y en el melancólico y el flemático por el contrario, hacia la tranquilidad.

Los temperamentos coléricos y melancólicos son apasionados; conmueven y repercuten muy hondamente en el alma; al paso que los sanguíneos y los flemáticos no tienen grandes pasiones, ni inducen a fuertes arranques del alma.

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