Una quinceañera de ojos tensos

Por: Alejandro Fitzmaurice 

 

Lo de Rubí sólo vino a confirmar lo que ya se sabe hasta el cansancio: somos nosotros, como consumidores, el problema.

Ahora medio mundo grita y se arranca el pelo con la orgía mediática en torno a la fiesta de quince años de una chica en el norte del país, pero hace dos semanas se compartían “memes” con ansiedad por el 26 de diciembre, una fecha casi tan esperada como la Navidad.

Por ello, a estas alturas dan un poco de coraje esas teorías en torno al poder liberador de la web 2.0 y las redes sociales. Por supuesto, han democratizado más la información y eso tiene un aspecto muy positivo. No obstante, tropezones como el originado en San Luis Potosí debieran ser un impulso que lleve a la reflexión, a la inteligencia de decidir a qué le prestamos atención en el ciberespacio.

En ese sentido, me quedo con una observación de Jenaro Villamil de la revista Proceso a través del texto “Los XV Años de Rubí: cuando la viralización mata al periodismo”: “Los XV Años de Rubí devinieron en profecía autocumplida cuando se colgaron del fenómeno viral todos aquellos que ya ‘no conectan’ o están hambrientos de la popularidad instantánea surgida en las redes”.

No es una afirmación que deba tomarse a la ligera: somos los navegantes de los tiempos que claman estar matando a la televisión, a los políticos corruptos, pero ellos, siempre tan atentos al escándalo, supieron colarse al fenómeno que nosotros, orgullosos prosumidores, nos encargamos de generar.

Así, las redes sociales vienen a darle una nueva implicación a la afirmación de Marshall McLuhan, quien allá por los sesenta argumentó que los medios masivos de comunicación habían transformado al mundo en una aldea global: la televisión, la radio o la prensa nos permiten escuchar lo que ocurre al otro lado del orbe como si todos estuviésemos a un costado del otro, cercanos, como si viviéramos en una aldea.

Pero estos tiempos son ya de habitaciones, baños o salas globales: hemos entrado a las casas, y si podemos penetrar en los cuartos de hombres y mujeres semidesnudos porque la intimidad es ya un concepto subjetivo en la posmodernidad, por proponer un ejemplo, también es posible interesarse y conocer –por morbo, por borregos o por seguir la broma– los detalles de una fiesta de quince años sin la menor trascendencia.

Mucho más podría agregarse, pero yo dejo el tema con la foto que vi: la de una quinceañera harta, cansada, arrepentida de haber despertado a un monstruo que ni siquiera la dejaba avanzar con tranquilidad rumbo al altar de la iglesia.

“Lo que tenía que decir, ya lo dije”, responde don Cresencio en una de las últimas declaraciones.

Al parecer la familia Ibarra- García aprendió la lección: también viralizarse tiene un precio que se paga caro.

 

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