Progreso

 

Humberto Eco habló de apocalípticos e integrados: los primeros, “moralistas culturales” que ven con recelo los cambios de los nuevos tiempos, y los segundos, que se dejan deslumbrar por estos mismos cambios y los ven con emoción. Eco habla de cultura, de respuestas frente a la televisión y el internet, pero apocalípticos e integrados también los hay en contextos más generales. Los integrados, defensores del progreso, esos que a cualquier crítica al capitalismo responden que el mundo nunca ha estado mejor que hoy, que nunca han habido menos pobres y menos muertos de hambre. Y los apocalípticos, que responden que no vivimos mejor, que somos esclavos de las máquinas, que hay tanta o más opresión y dolor, solo que diferente.

El apocalíptico critica al supuesto progreso, que se materializa en trabajadores explotados en fábricas, en agricultores superados por las máquinas y los granos de grandes corporaciones, en horas de tráfico y cerebros absortos en el mundo del espectáculo y en las redes sociales. Del otro lado esta, por ejemplo, Human Progress; una de esas organizaciones absolutamente integradas que se dedican a informar acerca de cómo ha mejorado “dramáticamente” el bienestar humano en los últimos años. Critican de egoístas e ingenuos a los que desde países desarrollados y posiciones cómodas insisten en que hay que meter el freno.

Un artículo publicado en su plataforma señala cómo el activismo en los campuses universitarios estadounidenses en contra de los sweatshops en países en desarrollo, las fábricas en donde los trabajadores tienen muy malas condiciones laborales, ha sido contraproducente para esos mismos trabajadores: en vez de tener un mal trabajo, no tienen ninguno. Human Progress critica el que los trabajadores de las fábricas “obtengan más publicidad que las personas más pobres del mundo, que son abrumadoramente rurales y viven vidas de indigencia precisamente porque el capitalismo global casi no los ha tocado”.

Es la discusión entre apocalípticos e integrados. Es un hecho que hoy se muere menor porcentaje de gente que nunca, que hay menos pobreza, más salud, más educación, mayor equidad de género… ¿estamos justificados cuando pedimos que pare el tren?

Tiene bastante de ridículo pensar que porque no somos felices con el progreso, porque el tráfico es desesperante y las redes sociales nos agotan, entonces es mejor la pobreza. Pero entiendo al apocalíptico. El ser humano no toma siempre buenas decisiones, y el capitalismo rampante pone muchas cosas en riesgo.

Es interesante pensar quién es el conservador y quién es el antisistema, ¿el apocalíptico o el integrado? ¿Es conservador el que quiere seguir cambiando, abrazar las nuevas tecnologías, pisar el acelerador; o el que quiere meter el freno, bajarse del tren, asustado de que el rumbo actual termine en un precipicio? Creo que no importa quién sea quién: hay que procurar no ser (por completo) ninguno de los dos.

Por María de la Lama Laviada*

mdelalama@serloyola.edu.mx

* Yucateca. Estudiante de Filosofía en la Universidad Iberoamericana.

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