Cuando estemos muertos, sólo regresaremos por el pib (segunda y última parte)

Obligación de noviembre, institución para los yucatecos y hasta platillo prohibido para diabéticos y obesos que, sin embargo, nunca se dejará pasar, el mucbilpollo es el protagonista de los altares durante el Janal Pixán.

No obstante, vivir en el campo o en la ciudad ―recuerda la doctora Cristina Leirana Alcocer― marca diferencias sustanciales en la forma como se celebra el Día de Muertos, algo que además impacta en el significado, tiempo de consumo y hasta en la consistencia y sabor del también llamado pib.

Sobre las diferencias entre los mucbilpollos urbanos y rurales, Catalina Rodríguez Lazcano, autora del libro “Hanal Pixán, ceremonia maya de los muertos”, escribe: “[…] (en la ciudad) en lugar de hoja de plátano utilizan un molde metálico, emplean abundante carne de ave y puerco y la capa de masa por fuera es dura, pero por dentro es suave, lo cual quizá se deba a su cocimiento en horno de gas. El mukbilpollo o mukbikax de los campesinos tiene forma irregular, es grueso y su consistencia es más bien seca y dura, además de que contiene menos carne”.

En lo que refiere al momento de consumo, hay otra distinción importante: en la ciudad, el pib se come los días uno y dos de noviembre, mientras que en comunidades del interior del estado esto ocurre sólo durante el “ochavario” ―cuando se cumplen ocho días de que las ánimas ya conviven con los vivos― o incluso hasta finales de mes, el día 30.

Una interpretación que explica esta diferencia radica en que el mucbilpollo posee también una función indispensable: sirve para despedir a los muertos. Al enterrarlo, se les indica el camino de regreso, una creencia que, por supuesto, no se tiene presente en la capital yucateca.

“El simbolismo, explican, es para recordar a los difuntos, a las ánimas que ya es el momento de regresar a su morada. Ya terminó la celebración entre los vivos y los difuntos. Ellos tienen que volver […] (el pib) representa el cuerpo que se entierra, pero también que, según la religiosidad maya, abajo está lo que se llama el bolontikú (inframundo que no equivale necesariamente al infierno católico) […] (por lo que) el hueco indica el camino hacia el inframundo”, sostiene Leirana Alcocer.

Además, agrega la también catedrática de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Uady, los antiguos mayas representaban el mundo a partir de una inmensa ceiba como un árbol madre que atravesaba todos los planos y cuyas raíces llegan a los inframundos, mientras que sus ramas alcanzan los 13 cielos, morada de divinidades y héroes.

“Cuando se entierra el pib, (los difuntos) entienden que por allí pueden ir al bolontikú, pero si ellos necesitan llegar a otra de las direcciones, a través del árbol de la ceiba pueden llegar, por ejemplo, al Oxlahuntikú (nombre de los señores que guardan el supramundo o cielo). Por la ceiba llegan con nosotros”, aclara.

Si se acaba Yucatán, me regreso al mucbilpollo

El futuro del pib está fuera de toda discusión. De hecho, se podrá recordar que, hace apenas un año, una mujer no nacida en Yucatán desató una furia irracional entre miles de yucatecos por una supuesta burla a este platillo de finados.

La dama en cuestión argumentó que criticaba lo mal hecho que estaba un pib asado, no horneado, que había adquirido en un puesto callejero; sin embargo, nada sirvió para salvarse de burlas, insultos y hasta amenazas de muerte, sin duda, excesivas y deleznables.

Aunque aquellas agresiones no pueden justificarse, sí demuestran el intenso amor que Yucatán le profesa a un alimento que es mucho más que masa, k’ol, cebolla, tomate, cerdo o pollo envuelto en hoja de plátano.

A fin de cuentas, el mucbilpollo, el frijol con puerco o el panucho también son símbolos que representan identidad y lazos sociales, lo que los yucatecos fuimos, somos y seremos.

No obstante, a pesar de que ese capital simbólico sigue creciendo, o al menos se mantiene, no así lo hace la tradicional celebración del Día de Muertos en Yucatán. Inevitablemente, mientras el platillo se ha hecho sagrado e indispensable, el aspecto ritual del Janal Pixán languidece ante el ritmo de la vida y la posmodernidad.

“Las nuevas generaciones, las que nos siguen, sí pienso que tal vez lo ven (el Janal Pixán) como algo más folclórico, tal vez lo tienen porque se fomentó en las escuelas, en las instituciones culturales, pero a lo mejor ya no le ven ese sentido religioso”, agrega la doctora Leirana.

Al final, también es esencial reconocer que de nada sirve lamentarse. En ese sentido, Leirana Alcocer ofrece una frase reveladora que pudiese permitirnos mirar con más serenidad los inevitables cambios que ocurren: “La cultura perdura porque puede actualizarse”.

Y vaya que lo hace. Si no lo cree, basta recordar los números del tercer Festival del Mucbilpollo celebrado de San Sebastián: asistencia de 20 mil personas y hasta cinco mil pibes de todos tipos y sabores: los clásicos sí, pero también de mariscos, castacán, cochinita, relleno negro, jamón y queso y hasta de lomitos.

“No me extraña que sí, haya pibes un poco heterogéneos, raros ―argumenta sobre este punto el cronista Jorge Álvarez Rendón― pero que hay que aceptarlos, ni modo […] vivimos en una sociedad más diversificada, más plural”.

Últimas creencias sobre el mucbilpollo

Por velas, lluvia o recuerdos, el asunto es que, este día, nuestros finados se recuestan junto a nosotros, miran nuestras tristezas, sonríen con nuestras alegrías. Algunos entre nosotros, por fortuna, siguen colocando altares estrictos donde no falta la santa cruz verde, la jícara con balché y el retrato a colores que convoca al difunto.

Sin embargo, acaso el pib también sea un vínculo mágico y secreto que atraviesa la tierra y llega hasta las raíces de la ceiba para llamar a los finados.

Sí… quizás al tocar con las yemas su textura, rozamos ―a pesar del abismo― la mejilla de quien todavía lloramos en secreto.

Tal vez morder ―con ganas, con rabia, con amor por la vida― las esquinas de un pedazo, implique que se escuche, allá en el inframundo, en los cielos o en la tierra, un llamado inevitable para quererlos en nuestros lugares otra vez y mil veces más.

Seamos honestos: nunca bastó llorarlos en el velorio ni despedirlos en el nicho del cementerio. Lo que queremos es saborear sus palabras, alimentarnos de sus risas y volver a soñar con su dulzura. Lo que realmente queremos es que vuelvan. 

Y por todo eso, quizá comemos gozosos esa divina masa envuelta en hoja de plátano, sospechando entre espelón y chile molido, lo que el corazón nos dicta: sí, el pib también es un altar. Morderlo es suficiente para traer de vuelta a los muertos, que para nosotros, siempre estarán vivos.

Texto: Alejandro Fitzmaurice
Fotos: Cortesía

Origen, evolución y futuro del mucbilpollo (primera parte)

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.