La ambición del resignado

Escribir como descubrimiento. Como una fuerza que llama. Porque el que escribe y un día deja de hacerlo recibe imágenes que lo incitan a regresar. Es un viaje sin tiempo definido. Sin más significado que el de escribir por escribir. La escritura sobrevive al tiempo. Se moderniza pero no cambia, sólo sustituye. De la piedra a la pluma, de la pluma a la máquina de escribir, de ahí a la computadora y al celular, aunque este último, pese a sus condiciones de todopoderoso, sigue sin poder ser visto como un aliado de la escritura. Se puede escribir en él, pero más bien se escribe a pesar de él.
La escritura tiene algo de adicción. Lo sé porque presento los mismos síntomas que un alcohólico que ha dejado de tomar. No es que un día haya sido oficialmente alcohólico, pero digamos que incluso los bebedores casuales llegamos a entender ese impulso de ir a tomar para que la vida cambie. Ante la ausencia se siente ansiedad, desconfianza y desesperación. Le pasa al borracho cuando escasea el alcohol, le pasa al que escribe cuando escasean las letras. Alegría embotellada, en vidrio o en el cerebro, que tiene que ser liberada.
Que se sepa que no me gusta ni la mesa en que escribo ni la computadora en que lo hago. Ambas se hicieron viejas de tanto uso. Si para ser hay que parecer, entonces he fracasado en mi esfuerzo por escribir. Tan saturado está el ordenador que las letras ocurren tres veces. Primero en mi cabeza, después en mis manos y al final en la pantalla. La asincronía provoca delirio. No puedo escribir lo que sigue sin ver plasmado lo ya escrito. Es mi impaciencia de siempre. La búsqueda de resultados inmediatos, sin postergaciones. Siempre en cuarta o quinta velocidad. Y entonces, como pasa invariablemente en algún momento del día, me pregunto qué será de mí en la vejez, cuando meter quinta sea en realidad ir en segunda. Cuando los jóvenes vivan tocándome el claxon porque se nos va la vida en lo que yo reúno las fuerzas suficientes para seguir. Cuando mi derrota ante el tiempo quede simbolizada con el dictado a Siri para que escriba lo que le pido. Cuando la vida se escriba en slow motion.
Que me gusten o no es secundario. A estas alturas he comprendido que la clave de la vida consiste en alcanzar el punto medio entre la resignación y la ambición. Intercambian protagonismos a cada momento, más como en el basquetbol que como en el futbol. Te resignas a lo que no puedes cambiar. A veces para siempre y en otras por momentos. Y a partir de eso tomas decisiones. También ambicionas. A veces para siempre y en otras por momentos. Y a partir de eso tomas decisiones. Dos extremos que constituyen supervivencia. El del que entiende que nada puede cambiar y el del que piensa que todo puede cambiar. En medio están las posibilidades, lo que hacemos con esos motores contrarios de humildad y egocentrismo. El hombre como un malabarista cuyo único trabajo es que su vida no se vaya a la mierda.
Estas letras son mi acuse de recibido. La mesa y la computadora que no me gustan me llamaban con insistencia. Iba hacia la cocina y me imaginaba sentado, escribiendo. Apagaba la luz para despedir el día y me imaginaba en la oscuridad, sin más luz que la del ordenador que tanto ha jodido mi vista. Pretendía dormir y me imaginaba mi pupila dilatada por ese descubrimiento que es escribir. Como en Limitless, cuando a Eddie Morra se le aceleran el cerebro y las palabras. Insistieron de tantas formas que me dí por vencido. Estoy de regreso en la computadora y la mesa que no me gustan. La resignación del que por ahora no va a cambiar ni su mesa ni su computadora y la ambición del que piensa que todo puede cambiar con sus letras.
La historia empieza a ser predecible. Incluso un tanto aburrida. Hablaba en serio cuando les dije que iba a escribir aunque ustedes no lo vieran. Y lo he hecho, pero no con la frecuencia que debería. Pasa que el compromiso público tiene implicaciones mayores que el fracaso personal. Los likes ajenos mueven más que el remordimiento propio. Aquí estoy de regreso. Con mucho que contarles y nada que perder. Lo sé, porque si un día dejo de escribir siempre podré volver diciéndoles lo mucho que extrañaba escribir. Aunque la historia empiece a ser predecible. Incluso un tanto aburrida.

 

* Escribo diario para matar la ansiedad. Cada domingo horneo #TheMuffin, newsletter con insights de la industria digital. Fundé y dirijo juanfutbol.com.

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